Francisco J. Chavanel
Paradójicamente siendo una mala noticia para la solidaridad nacional constituye una excelente noticia para la unidad de España y para Canarias. La aprobación ayer en Las Cortes del cupo vasco -excrecencia que procede del final de las guerras carlistas en el siglo XIX-, por parte de PP, PSOE y PNV, cimenta una suerte de unidad en torno al Estado que suena a casi música celestial si consideramos la tormenta wagneriana levantada por el separatismo catalán.
Son 950 millones de euros por cinco años más y, por lo tanto, España sigue permitiendo que el País Vasco, conjuntamente con Navarra, sean las únicas comunidades españolas que recauden todos los impuestos -nacionales y locales- en su comunidad, para posteriormente liquidar al gobierno de la nación en función de acuerdos históricos que no siempre se cumplen, lo que genera un lógico enfado en el resto de autonomías -especialmente en Cataluña-, ya que se entiende que son las que menos contribuyen a su equilibrio, lo que les permite gastar más, invertir más, competir mejor, y tener unos ratios de solvencia europea que no existen en ninguna otra comunidad española, todo ello sin ánimo de perjudicar su buena imagen como gestores de los recursos públicos.
El conflicto catalán se inició en el pujolismo, en la corrupción de Convergencia y del PP, en las Fiscalias perseguidoras de delitos y en jueces autónomos que hicieron su trabajo sin permitir contaminación política; se inició en el silencio y en la cobardía de Madrid, y en el ruido y en la furia de los nacionalistas catalanes cada vez más intrépidos y seguros de sí mismos ante la dejadez central; y se inició también en la comparación vasca y catalana, en la recaudación de los impuestos de unos y de otros, en los privilegios hacendísticos de vascos sobre catalanes, en la sensación de que al final del recorrido de la Transición no había sido Cataluña la comunidad ganadora, sino los que aplicaron la vía de la violencia para luego pactar una paz sobre mil muertos.
Ahora el PP ya sabe que puede terminar la legislatura. Pese a que la corrupción de su propio partido le distrae lo suyo, no hay robo ni estafa ni delito, por importante que sea, que termine con los días de este gobierno que el establishment necesita como agua de mayo que siga existiendo. Rajoy ya sabe que puede aspirar a alcanzar 2019 con la tranquilidad suficiente de que puede aprobar los presupuestos de 18 con el apoyo de Ciudadanos y PNV, y los canarios de CC y NC. A los últimos presupuestos de la legislatura le basta con prorrogarlos. Si no se complica la crisis catalana más de la cuenta, es decir: si los separatistas no vuelven a lanzarse al monte para que les apliquen de nuevo el 155, Rajoy está a punto de coronarse como salvador de la patria y, con ese salvoconducto, presentarse a una tercera elección. Parece increíble siendo el presidente de un partido corrupto y, seguramente, después de haber cobrado unos cuantos sobresueldos en negro, pero así es la historia. La derecha y los constitucionalistas herederos del trato de 1978, han hallado en Rajoy a un muro potente, casi de acero, que frena la irritación de unos cuantos millones de ciudadanos que se sienten engañados por los partidos tradicionales. Es una ironía. Estremecedora. Un político aparentemente del montón, un registrador de la propiedad, lento, con pocos reflejos, consentidor de corrupciones varias, es el baluarte de la España actual. Es el héroe que sostiene la Corona… ¿Y por qué no? Si en “Juego de Tronos” el ser más inteligente y con mayor visión es un enano putero y borrachín, ¿por qué un Rajoy tan real no puede salvar nuestro imaginario colectivo?
Después de lo de ayer a Canarias le ha vuelto a caer la lotería. No perderé un solo segundo en reclamar unidad de criterios en hermanos tan mal avenidos como CC y NC. Por mí como si se terminan tirando por un barranco. Pero sin duda es una gran oportunidad volver a pactar con el Estado nuevas entradas de dinero que necesita esta comunidad. El cupo vasco asegura para el Archipiélago partidas en carreteras -lo que no asegura es que nuestros políticos no hayan hecho los deberes y no tengan proyectos para invertir (caso de la isla de Tenerife)-, empleo, y otras infraestructuras. También permite seguir anclando esas mejoras al REF y abre la puerta, además, a una negociación con posibilidades de éxito en el nuevo estatuto de autonomía, que debiera resolver de una vez por todas una financiación adecuada y para siempre, y una ley electoral que rebaje el dominio de las islas menores sobre las mayores basado en leyendas territoriales y no en número de habitantes.
Tal como están las cosas nadie sabe qué puede pasar en los próximos meses. Los escenarios son mutantes y cambiantes. Nadie sabe qué será lo que aguantará y lo que caerá. Difícilmente un nacionalismo que se pelea entre sí con una violencia patética volverá a tener una opción como la que ahora se presenta. Esperemos que dejen de torturarnos con sus respectivos pasados de culebrón y que se dispongan a hacer su trabajo con la mayor profesionalidad posible en beneficio de todos.