Francisco J. Chavanel
Era un día de la Constitución, que es como un día sin gracia, anodino, tranquilo, ideal para que los ciudadanos descansen de todo y se vayan a la playa, paseen con sus perritos, salvaguarden su identidad como seres humanos habitantes del primer mundo.
Pero no absolutamente, no en todos los casos. En el día de la Constitución española Rajoy dijo que no estaba de momento, por la labor, de abrirla, que eso tendría que verse en función de las mayorías existentes en el Parlamento y, sobre todo, dijo, que él no ve problema de ningún tipo para presentarse de nuevo a unas terceras elecciones “porque no ha hecho nada malo”. Textual. Eso de “no he hecho nada malo” es para comprarlo…, en las rebajas. Su partido, el PP; está siendo investigado por financiación ilegal; su propia figura aparece en los autos como receptor de sobresueldos; hay unos cuantos jueces que tienen claro que durante su presidencia del partido se hizo todo lo posible para mejorar prestaciones en el campo de la corrupción, incluso cargándose los ordenadores de la sede principal con el fin de huir de la Justicia.
Eso de “que no he hecho nada malo” es mucho decir. Seguramente a Rajoy le convenga seguir al frente de la Presidencia del Gobierno justamente para que no se sepa si ha hecho algo realmente algo. Tener a la Fiscalía bajo su poder es un verdadero privilegio, y tener a tribunales tan significativos como el Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial bajo su influencia le otorga una cierta tranquilidad, más cuando sus terminales llegan hasta el Supremo y hasta la Audiencia Nacional, con muchos jueces en su órbita… No sabemos qué pasaría, o tal vez podríamos suponerlo, si el poder político actual cambiara y se permitiera a los jueces realizar su labor libremente y no con tantos obstáculos, como pasa en la actualidad.
Las chulerías de Rajoy son posibles porque la izquierda española todavía anda recuperándose del “defecto Zapatero”. Fue tanto el daño que hizo a su credibilidad el ex presidente del PSOE que todavía, seis años después, sus múltiples pecados siguen expiándose sin que se sepa cuándo será el final. La izquierda debe pensar en eso, todo el rato, mientras los acontecimientos políticos la arrastran a la división, a su falta de credibilidad, a que un señor del que todo el mundo duda, esto es: Rajoy, quiera ir a doce años de gobierno, como si fuera Felipe González.
Las diferencias políticas e intelectuales entre el uno y el otro son notorias. Sin embargo, estamos ante algo que puede ocurrir de forma inevitable, lo que habla muy mal de líderes como Pedro Sánchez o Pablo Iglesias. El único que puede cambiar las previsiones de Rajoy es Albert Rivera que, igual, después de lo que pase en las elecciones catalanas, se trasforme en un outsider con capacidad suficiente para cambiar el rumbo de las cosas. Aún así lo dudamos: la obcecación de la izquierda española es tan profunda que será posible mantener en el trono de España a un sobresueldista, a un funcionario conservador y de tendencias franquistas, otros cuatro años más antes que liderar un cambio moral, ético, y económico, que la sociedad española necesita como agua de mayo.
Cuando citamos a Rivera lo hacemos con toda la buena intención del mundo. O con toda la mala intención del mundo, da igual. El cambio en este país, después del destrozo Zapatero, sólo puede venir desde la propia derecha. Rajoy es un Franco del siglo XXI y Rivera es como Adolfo Suárez. La sociedad ha perdido la confianza en una izquierda cainita, dividida, egocentrista y con escasas miras sobre el futuro. La sociedad quiere un cambio y sabe que Rajoy es una desgracia necesaria, por eso se permite la frase de “no he hecho nada malo” cuando es un billete de curso ilegal. Pero el cambio nadie sabe dónde está, nadie sabe dónde está la alternativa a un dirigente mediocre que sabe interpretar como pocos cómo funcionan las perversidades del sistema.
Ayer volvió a ser el Día de la Constitución y la sociedad española, como uso y costumbre, miró hacia otro lado porque lo mejor que tiene la celebración es que es un día festivo y, por lo tanto, un día de asueto y de gracia. La gente quiere vivir tranquila, sin demasiados sobresaltos, y un tipo como Rajoy, seguramente uno de los padres de la corrupción del PP, les garantiza una existencia en el 155 donde la patria es todo: pan, oxígeno, y normalidad nacional. Todo atado y bien atado. Nada malo.