No podemos pretender que esta manifestación de la grandeza y la evolución humana hallando la vacuna en nueve meses no lleve consigo la asunción de riesgos para nuestros cuerpos
Francisco J. Chavanel
La respuesta del mundo científico a la pandemia mundial más brutal que se conoce ha sido excepcional. Es inconcebible que, nueve meses después de desatarse globalmente la amenaza más importante que ha conocido la globalización desde que esta se adueñó de la economía del planeta, tengamos en circulación seis vacunas, cuatro de las cuales se están inyectando desde finales del pasado diciembre, salvando vidas, creando mamparas protectoras, apostando por un futuro donde podamos levantar la cabeza y salir de este maldito hoyo.
Estoy muy lejos del negacionismo. Creo que la inmensa mayoría de este ejército está compuesto por ignorantes, incluso por sabios ignorantes, inteligentes y nada mediocres que hace tiempo que no le encuentran sentido a este mundo mezquino, desigual, que eleva la necedad por encima del talento. También creo que muchos se visten con el ropaje de la libertad cuando, en realidad, defienden un feroz individualismo, incapaz de empatizar con una mayoría sufriente y con muy escasa capacidad de decisión, a la que no le queda otra que seguir las instrucciones de sus gobernantes para salir de esta.
En algún caso estarán de suerte pues sus gobernantes son maduros, resilientes, prudentes y con buen oído para escuchar a la comunidad científica, que no siempre acierta y que no siempre está de acuerdo, que en ocasiones nos desconcierta con sus decisiones, sus credos y sus confusiones, invitándonos a seguir por un camino que, días o meses antes, había descartado por erróneo. Es evidente que estamos en el campeonato del acierto/error. Nadie antes había vivido esto y, en ocasiones, somos nosotros las cobayas. No queda otra.
Pero hay casos donde a los ciudadanos se les multiplica el infierno. Les ha tocado ese tipo de gobernantes negacionistas, idiotas, seguros de sí mismos, gigantes en sus bufonadas, que arrastran a la muerte a los suyos. En Estados Unidos ya hay casi 600.000 fallecidos, en gran parte se debe a la forma estúpida de afrontar la crisis por la Administración Trump. El número de muertos se amontona en Brasil, Reino Unido y México, donde otros tres personajes enajenados toman decisiones tirando monedas al aire.
En España tampoco podemos estar satisfechos. Ha habido más aciertos que errores, bajo mi punto de vista, pero algunos errores son inolvidables. La cifra real de muertos se acerca a los 100.000 y lo que ha sucedido en las residencias de mayores, con la muerte cantando su canción en medio de un caos casi absoluto, no tiene nombre y tiene un difícil perdón. Cuando este Gobierno habla del paraíso que viene, de lo único que estamos seguros es de que está en perfecta quiebra técnica y de que busca cualquier ventaja para sacar dinero de la enfermedad. Lo hemos visto con los ERTE, que hay que declarar a Hacienda, y con las ayudas millonarias que no llegan. Son tantos los que han quedado atrás que no ven a los de delante; por eso piensan que nadie se ha quedado atrás.
Sin embargo, cuando llega el momento del balance, me vuelvo a poner de rodillas ante esa extraordinaria comunidad científica que, en un tiempo récord, ha encontrado la única solución posible a esta tortura, y vuelvo a aplaudir la humanidad, la sensibilidad y el magnífico trabajo del personal sanitario que nos ha dado una lección de vocación, amor a su profesión, amor a los demás.
Lo que mi espíritu pide en este instante, igual que me sucedió cuando se declaró el confinamiento de hace un año, es hacer lo que hemos hecho toda la vida: salir a la calle y cazar, buscarnos la vida. Nuestra naturaleza no reside en el confinamiento, ni en la huida, ni en la cobardía. Una cosa es preservar a los miembros de la comunidad más débiles o con menos opciones para sobrevivir, y otra muy distinta es ser un miembro más del Ejército del Miedo. En este sentido, hemos hecho unas cuantas cosas mal: no salimos a cazar durante una buena temporada, consiguiendo frenar del todo la economía local y mundial, arruinando cualquier perspectiva de éxito, trazando la línea perfecta para que los ricos se hagan más ricos y los pobres, más pobres. Pero la peor cosa que podemos hacer estamos a punto de consumarla: llenos de miedo, tampoco queremos salir ahora decididamente a cazar; en el momento en que surgen las primeras dudas sobre una de las vacunas, reculamos, nos entongamos, nos deprimimos, queremos echarnos la manta sobre la cabeza.
Un negacionista jamás nos sacará del horror. Las únicas personas que pueden hacerlo son aquellas que creen en la medicina, que están seguras de su fortaleza, que saben de sobra que los avances de la humanidad se deben a la erradicación de un montón de enfermedades que dejaron atrás un reguero de muertos. ¿Qué sería de nosotros si conviviéramos codo a codo, estornudo a estornudo, a piel descubierta, con el cólera, la difteria, la gripe, la gripe amarilla, el sarampión, la meningitis, las paperas, la tosferina, la neumonía, la poliomielitis, la rabia, el tétanos, la fiebre tifoidea…, y aún quedan unas cuantas más? Convivimos con ellas, sí, pero no codo a codo, no a piel descubierta, convivimos gracias a las vacunas. El conjunto de esos virus citados se llevaría por delante a la población mundial si los liberáramos y no nos protegiéramos. La Covid no es distinta, puede que sea más rápida, más lista, más mutante y más persistente, pero el ser humano, una vez más, ya ha encontrado la forma de arrinconarla y ganarle la batalla pese a sus múltiples disfraces.
Cazar a las grandes bestias que poblaron el planeta nunca fue sencillo, pero es lo que debíamos hacer y lo hicimos; y lo que no podemos pretender es que esta manifestación de la grandeza y de la evolución humana hallando la vacuna en nueve meses no lleve consigo la asunción de riesgos para nuestros cuerpos. Tenemos el antídoto, en un chasquido, rápido, ¿también queremos testarlo tres años más? ¿Hay tiempo para testar cuando lo que está fuera está alterando el orden mundial, ha contagiado a 132 millones de seres, cuando el miedo bloquea las mejores intenciones, cuando supone el desplome de todo lo conocido? Mucho me temo que u Occidente reacciona o este es el fin del mundo tal como lo interpretamos. Y lo que venga después será algo parecido a la esclavitud.
De modo que si me pusieran en el filo de la navaja, si hoy mismo me llamaran a filas para combatir con la bayoneta calada, asumiendo el riesgo que fuese necesario, yo diría que sí a cualquier vacuna, incluyendo la de AstraZeneca, sí porque yo no soy nada en un océano devastado por lo imprevisible, sí porque es lo razonable, porque hay que elegir lo mejor entre lo mejor y lo mejor entre lo peor, y sí porque, si me pasara cualquier cosa, no dejaría de creer en lo que digo.
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