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Sanidad y Educación siguen siendo las dos asignaturas pendientes de este Gobierno de Canarias. Ninguna de las dos apuestas del cuatripartito en estas áreas ha sido capaz de superar el examen de competencia que ha supuesto la COVID19. Es lo que tiene la gravedad terrestre, que cuando uno no tiene el peso (la masa política o cerebral) adecuada, y está demasiado cerca del centro de atracción, termina estrellándose contra el suelo. Es la metáfora de estar o no a la altura, porque cuando uno es competente, y está bien alto, tiene menos riesgo de caer. La teoría de la gravedad defiende que a mayor distancia menor fuerza de atracción al centro de la tierra. Pero cuando las habilidades están a ras de suelo, deformando el tiempo y el espacio, en cuanto la manzana madura, cae en la cabeza del que está sentado bajo el árbol.
Y eso es lo que ha pasado en ambos casos, en Sanidad y Educación. Que han caído por su propio peso. Y aunque fuera en plena crisis por la pandemia, con gestiones de extraordinaria complejidad y necesidad sobre la mesa, no pasa nada si el Gobierno es rápido y dirigente a la hora de resolver el entuerto. Porque todos somos susceptibles de equivocarnos, aunque nos lo hayan advertido una y mil veces desde el inicio de la legislatura.
La crisis sanitaria en sí, cuando es evidente que ya está más o menos encarrilada, no puede ser la excusa para no resolver la otras grandes crisis que ha destapado. No sólo la economía está en coma inducido, también lo están la gestión sanitaria y especialmente la educativa. Aunque ya se había anunciado que los nuevos nombramientos serían efectivos en estos primeros días de junio, ayer el presidente sostuvo que las cosas se irán arreglando cuando volvamos a la normalidad, aunque no especificó si se refería a la nueva o a la anterior.
Debajo del árbol de la fruta madura estaban Julio Pérez, Antonio Olivera y José Antonio Valbuena. A ninguno de los tres les voy a restar méritos ni valentía por aceptar el papel de apagafuegos, y menos siendo encargo directo del bombero mayor del reino que es nuestro presidente Ángel Víctor Torres. Pero la interinidad no es una buena forma de gestionar lo público y menos ante los grandes retos que afrontamos. Los tres son grandes gestores, pero tienen demasiados calderos al fuego como para poder profundizar en cada una de las áreas que tienen encomendadas. Ocurre que esta interinidad, mantiene artificialmente alejada de la teoría de la gravedad a otras frutas maduras que debieron caer junto con las consejeras. Porque aunque son las consejeras quienes han asumido la responsabilidad, una siendo destituida y la otra dimitiendo, los males de esas áreas o acabaron ni empezaron sólo con ellas, sino con el resto del equipo que las acompañaba, y que siguen estando en sus puestos, como si los errores no fueran con ellos, tratando se salvar sus acomodadas posaderas, e incluso postulándose para ocupar el puesto de aquella a la que, conscientemente, ayudaron a caer.
Ese es el problema que tenemos en Sanidad y en Educación, que han cambiado sus titulares para que todo siguiera como estaba o incluso empeorara.
Sanidad y Educación están sumidas en un standby desde que cayeran las titulares de ambas carteras. La de Sanidad focalizada única y exclusivamente en la pandemia (aspecto que en las primeras semanas era totalmente normal), no está advirtiendo las graves consecuencias que la lucha contra el COVID19 deja en todas las áreas sanitarias.
A punto de entrar en Fase 3, aún cuando pides cita para ver a tu médico de Atención Primaria, pretenden diagnosticar y tratar heridas en la piel, o llagas en la garganta, a través de una llamada. Que si al menos fuera videollamada, tendría algo de lógica, pero por más que nuestros sanitarios sean unos fantásticos profesionales, creo que aún no están dotados de rayos en los ojos para ver a través del teléfono. Me gustaría saber cuántas de esas consultas telefónicas han ocasionado diagnósticos erróneos, con lo que conlleva de gasto farmacéutico inútil y agravamiento de la enfermedad original. ¿No conocen ustedes a alguien a quien atendieron por teléfono, necesitaron tres llamadas distintas, tres tratamiento distintos, y al final tuvieron que ir a urgencias para que resolvieran su problema? Pues aún seguimos así.
Es totalmente incoherente que estemos hablando de corredores sanitarios libres de COVID19 para los turistas mientras a los ciudadanos seguimos lanzando el mensaje de que no es seguro acudir a los centros de salud. Después de todo lo que hemos vivido, no es coherente que el presidente anuncie que en la fase tres podremos viajar sin límites entre islas pero mejor no acercanos al consultorio médico.
No puede ser que lo público sea siempre lo último en ponerse en marcha. A estas alturas las consultas deberían estar totalmente recuperadas y se debería estar lanzando el mensaje claro de que la salud es lo primero, más allá de la COVID19, de nada sirve que tengamos buenos registros del coronavirus, si sumamos fallecimientos y enfermedades crónicas de otras muchas patologías que no se han atendido a tiempo. La crisis en el servicio de Oncología Médica del Negrín es un bueno ejemplo.
Muchos enfermos han obviado sus propios síntomas de otras patologías durante la cuarentena y no han asistido a los centros sanitarios por miedo al contagio. Y muchos profesionales han alertado de las dramáticas consecuencias que tendrá esta situación en el agravamiento de enfermedades crónicas, y en aquellas que siendo incipientes no han sido abordadas a tiempo.
Cuando la Sanidad despierte de su coma, y descubra el desastre que la pandemia ha ocasionado en las listas de espera sanitaria, va a preferir volver a dormirse. Y nadie está hablando de qué medios o estrategias se van a aplicar para resolver un problema que ya era de riesgo vital antes de que nos visitara la COVID19.
En Educación las perspectivas no son mejores porque además la crisis es política y se extiende por todos sus cargos directivos, que hasta ahora se han dedicado a hacerse vacío unos a otros, a ponerse zancadillas, a juegos de trileros, con los que la consejera no supo lidiar. A eso se referían cuando decían de ella que no tenía perfil político, que no sabía nadar en esas aguas procelosas. Y los muñidores del desastre ahí siguen, impasibles, como si la desgracia no fuera con ellos, encantados de que la mano de Dios se haya interpuesto entre ellos y el centro de la tierra.
Damos por finalizado, de esta manera, el actual curso académico. Nos ha sorprendido gratamente ver cómo algunos centros, algunos docentes, se han empeñado en abrir las puertas para quiénes más lo necesitaban. Ellos demuestran que era posible, y pudo ser realidad hace más tiempo, si no fuera porque la mayor parte de los representantes sindicales no han hecho más que poner piedras en el camino. Si alguna vez tuvimos dudas de quien marca el ritmo en la Educación en Canarias esta crisis despeja la incertidumbre. Y cuántos más maestros conozco, menos entiendo qué y a quiénes representan los sindicatos educativos. Pero dejemos esa cuestión para otro día.
Ya nada se puede hacer con lo que no se ha hecho hasta ahora, pero la comunidad educativa en Canarias se enfrenta a un reto singular. De cómo se afronte el inicio del próximo curso escolar, con la previsión, capacidad de reacción y versatilidad a la que obliga la COVID19 mientras esperamos la vacuna, depende el futuro de todo el alumnado de enseñanzas no universitarias. Sentar las bases de un proyecto de tal magnitud desde la eventualidad, es un riesgo que no podemos correr. Siquiera insinuar que ese reto se puede afrontar con la misma capacidad presupuestaria, con las mismas infraestructuras, con el mismo capital humano, con la misma dotación tecnológica, y con la misma participación de las familias y su capacidad de conciliar, es una irresponsabilidad superlativa.
Canarias se juega mucho en la gestión de la educación y la sanidad públicas como para que sigan siendo asignaturas pendientes.