«La cabra tira al monte»

Comentario inicial de Francisco J. Chavanel en El Espejo Canario.

No me gustan las trampas ni los atajos. Y me gustan que los compromisos se cumplan. Todo lo que tiene que ver desde el punto de vista informativo con la isla de La Palma y la ira del volcán conecta con el buitreo.

La noticia es lo suficientemente importante para las empresas informativas como para destacar en la isla equipos costosísimos porque saben de antemano que hay una audiencia especializada en morbo que le va a comprar lo que le echen.

Algunas de esas empresas son amarillas y no mienten: te lo dicen desde el primer día ¡Somos amarillos, nos gusta el amarillismo, el amarillismo nos da de comer! Bien, pues eso es lo que hacen: se alimentan de detritus, de la pena en su estado más radical, en ese ser delgado. escuálido y hambriento que llega a la playa para fallecer. Lo más importante son sus últimas palabras de exhalación, cuando se despide de este mundo tras una larga travesía por el dolor. Ahí deben estar las cámaras y los micrófonos.

Luego hay otros que juegan a dos aguas. Dicen que han abandonado el amarillismo y que nunca más lo ejercerán. Pero las costumbres quedan, el andar de la perrita está demasiado dentro como para eliminarlo, la tentación es demasiado “tentadora” como para no sucumbir a ella.

Un redactor se mete en la supuesta casa de alguien que lo ha perdido todo, literalmente, tras el paso de la lava por Todoque. La casa es humilde y no es de la familia desahuciada. Viven de prestado en la casa de un vecino. La historia que van a contar es la de una megalópolis que se viene al suelo: su vida, concentrada en 30 propiedades, fue arrasada por el volcán en menos de una semana. No les ha dejado nada, ni los huesos. Ahora todo lo que ven es fracaso y agonía. No alcanzan a interpretar lo sucedido. En ese estado de shock los que se dicen no amarillistas penetran en la pequeña casa. El hombre se viene abajo en el minuto 1. La cámara está ahí, retratando a un ser humillado por la naturaleza con la mirada perdida. De pronto el reportero se da cuenta de que está atravesando una línea roja: la televisión que dejó de ser amarillista vuelve a serlo. Pide disculpas a la familia y se va mientras el cámara no deja de grabar nada de lo que sucede dentro. Es asfixiante.

Tienes que ser muy tonto si vas a entrevistar a una familia que lo ha perdido completamente todo, que no tiene donde caerse muerta, que no alcanza a comprender el impacto de lo sucedido, y no previenes que antes o después llorará ante la cámara y se convertirá en un guiñapo. Lo sabes porque tu instinto te lo dice y porque lo has visto miles de veces. En realidad no tendrías que estar ahí, ni tendrías que haber grabado nada, o si lo tenías grabado habérselo ahorrado a la audiencia, pero eso de aparentar que es un directo cuando realmente es un falso directo, o de grabar siendo un directo auténtico sabiendo de antemano lo que te ibas a encontrar, eso es muy feo, muy amarillista de nuevo, y rompe con el trabajo de otros compañeros que han abandonado ese camino para informar de una tragedia que se basta por sí misma para encogernos el alma a todos.

No hace falta mostrar ni los cementerios ni los muertos en vida que se van percatando de que ya lo son, y cuya resurrección depende de un tiempo que nadie controla. De modo que felicidades de nuevo a la Televisión autonómica por mostrarnos que es pública y que conecta a los canarios de todas las islas cuando la desgracia nos visita, pero es conveniente señalar que no todos los profesionales merecen las mismas congratulaciones. A veces la cabra tira demasiado al monte. Y hay que controlarla.