El presidente de Yrichen rememora en esta entrevista íntima su trabajo al frente de una organización dedicada a las personas con dependencias.
El presidente de Yrichen, el sacerdote Jorge Hernández, afirma que ni quiere acostumbrarse al dolor y la muerte, ni quiere hacerlo porque “no se puede afrontar la muerte con tópicos, sino poniéndose en el lugar de las personas que sufren la pérdida de un ser querido”. Considera que en los momentos más dramáticos de la vida, “lo más importante es acompañar, un silencio o un abrazo”, y no el hecho de mostrar que se tienen las respuestas.
A este respecto, considera que, en cuidados paliativos, Canarias tiene mucho que mejorar para hacerlos más universales y garantizar que lleguen a los que lo necesitan. Lo considera un debate más importante que el de la eutanasia.
Incremento de las listas de espera
En esta entrevista íntima, en el que se hace un repaso a toda su actividad social, Hernández señala que, tras la pandemia de la covid-19, se ha incrementado muy sustancialmente la demanda de ayuda, hasta el punto de que su organización sufre una lista de espera de casi un mes: “Estamos un poco preocupados”.
Señala que Canarias sigue teniendo problemas con la cocaína, la heroína, la dependencia de las benzodiacepinas, que afecta sobre todo a las mujeres, el juego y los abusos conductuales con las nuevas tecnologías. Señala que buena parte de los problemas han surgido por una “educación sin límites”, es decir, una educación “muy democrática” en la que no se ha enseñado cuáles son las líneas que no se pueden traspasar: “Los límites son buenos, porque la vida está llena de frustraciones” y si no se enseña a gestionarlas se acaba canalizando hacia la violencia hacia los demás o hacia uno mismo.
Apertura al feminismo
Hernández afirma que un gran cambio en su forma de abordar los problemas sociales se debió a su apertura al feminismo, de la mano de Patricia Redondo, que le dio una charla de género “en la que nos peleamos”. Le dijo que él no podía entender a las mujeres porque “era cura y era hombre”. Pero lo cierto, señala, es que desde el inicio en 1989 observaron que fracasaban con las mujeres. Este apoyo a las mujeres se materializa hoy en Casa Maday, en la que los colaboradores de Yrichen tienen que enfrentar “historiales muy duros de chiquillas violadas, de consumo de drogas para inducirlas al sexo, etc.”
Un dios que da gritos
Afirma haber tenido crisis de fe, pero también haber visto a Dios, “no a través de las apariciones”, en las que no cree, sino del Dios “que habla en la historia y en el día a día de la vida. Un Dios que da gritos”.