Homenaje de El Espejo Canario en recuerdo de nuestro compañero y amigo Pablo Bucareli, fallecido el pasado viernes.
El pasado viernes, a eso de las dos de la tarde, fallecía un querido amigo de esta casa y mío, un compañero, un poeta, un ser ilustrado y renacentista, alguien dotado para el relato y para el humor sarcástico como pocos, también era relaciones públicas, en cualquier caso: alguien irrepetible… Pablo Bucareli.
Todo sucedió muy rápido, como debía ser tratándose de Pablo. Un cáncer traicionero se le presentó de repente cuando ya la ciencia nada podía hacer. Digo yo que si el cáncer hubiera dado algún síntoma de su veneno con cierta anticipación, Pablo, el vitalista Pablo, habría ganado esa guerra.
Pero no hubo la menor posibilidad. Mientras se iba muriendo el dolor aumentaba entre sus amigos, los pocos que estuvieron al final mirando su muerte a la cara. Fue algo cruel y sin sentido, aunque lo tuviera todo desde el punto de vista médico y justo es agradecer en este momento su trabajo, su dedicación, lo bien que se portaron con Pablo cuando Pablo ya no era Pablo. Hemos de reconocer que suspiramos de alivio cuando la cortina del último acto cayó.
Llevaba colaborando en El Espejo desde 2006, nada menos que once temporadas ha estado aquí, conmigo, manteniendo una sección lúcida y crítica, como pocas, muy seguida por parte de los oyentes. Era una sección teóricamente centrada en el mundo cultural pero en realidad todo era una excusa, porque lo importante eran las derivas que tomaba la conversación, la forma que poseía Pablo de narrar las situaciones, de entregarse con toda su pasión a la disección de una sociedad en la que era un grande, sus enfados múltiples llenos de irritación y de humor, sus enormes conocimientos sobre la literatura, y sobre la cultura en general, que lo elevaban por encima de su biografía, las contadas veces que hablaba de sí mismo, su nacimiento en Méjico, hijo de gallego y andaluza, padres republicanos huyendo de Franco, sus primeros pinitos en Madrid con Encarna Sánchez, “una bruja” en su criterio, su llegada a Canarias persiguiendo el amor de una mujer, el descubrimiento de un clima estable durante todo el año, de una sociedad en pañales que él iba a despertar con su increíble talento, una sociedad que esperaba por un chamán, por un provocador, alguien con la suficiente seguridad en sí mismo que pusiera estética donde no había ética pero sí muchas ganas de escapar del universo ocre que había dibujado el caciquismo insular como destino de un pueblo con un alma indefinible…, todo eso lo contó a pedacitos en su sección de “El Espejo”, dándonos la pista de un rompecabezas que era su propia personalidad, un ser poliédrico, libre y accesible. Hoy habría que recomponer todas las conversaciones para hallar en ellas auténticos tesoros que el recuerdo no alcanza a apresar.
Era emocionante escucharlo. Me encantaba cuando sacaba las uñas y se enfadaba con esa gracia tan suya y ese verbo tan ácido cuando quería. Yo creo que tendría que haber vips locales deseando que Pablo les despellejara. Los despellejamientos de Pablo Bucareli no eran cualquier cosa. Entraba en tu cráneo y te ubicaba con bellas y ácidas palabras en el estatus mediocre en el que suelen situarse la gran mayoría. Era doloroso a la par que bonito y frondoso. Por supuesto que la gente huye de las críticas: la gente tiene la piel fina y lo que le gusta de verdad es que le digan que es dios aunque sea una nulidad. Hay algunos epígonos locales que debieran haber pedido de rodillas una crítica áspera de Pablo cuando Pablo se encendía y se lanzaba a buscar las palabras apropiadas para enanificar al enano. Para algunos tendría que ser un placer recibir el látigo de Pablo. El látigo de Pablo era mejor que sus acciones, cargadas de miseria y de banalidad.
Su biografía no era cualquier cosa. Primer director de “El Almacén”, la fábrica cultural que puso en marcha César Manrique en Lanzarote, y el enorme revolucionario de las noches en los finales de los sesenta, colocando a Gran Canaria en el centro de la modernidad y de la vida nocturna. Hubo un tiempo donde en Las Palmas de Gran Canaria no se dormía. La gente trabajaba y luego se iba de marcha a los templos que imitaban a Pablo con aquel Tan-Tan de la calle Pi y Margall. El responsable de todo aquello era el sorprendente Bucareli. Nunca hubo tantas discotecas, tantas salas de fiesta, tantos iconos de la versatilidad, como en aquella época. Luego ya saben lo que ocurrió. Quisimos ser europeos, vino el PP, vino Soria, y el comandante mandó a parar.
Hay algo que nunca pude agradecerle lo suficiente. Aquel hombre con apariencia de sabio de la antigüedad, que lo había visto casi todo, faro de tantos movimientos, dotado de una inteligencia notable, apostó por nosotros con una incondicionalidad y una lealtad inamovible. Cuando Ángeles Fraile, mi mujer, y yo, montamos El Escorpión de Jade para producir “El Espejo”, Pablo estaba allí, aportando sus conocimientos sin cobrar absolutamente nada. Cada navidad, cuando nos reuníamos todos en torno a una mesa, en una celebración grupal que era casi un homenaje a la supervivencia, cuando presentábamos con toda modestia nuestras credenciales para seguir existiendo, Pablo se unía a nosotros sin alharacas y sin contraprestaciones, uno más, en la esquina que le tocara, haciendo feliz al equipo con su humanidad, su sonrisa perenne, sus relatos frescos y divertidos. Nunca supe por qué nos eligió a nosotros como su medio de comunicación. A veces pensaba que se había equivocado de lugar. Supongo que nos unía nuestra feroz defensa de lo que sentíamos que éramos, nuestra pulsación rebelde contra lo que fuera, Don quijote luchando contra los molinos. Quienes ganaban eran los oyentes, que en legión lo querían y lo disfrutaban.
Queda para la historia de la radio la serie de entrevistas que se hicieron en El Espejo con él y con Pepe Dámaso, al que entregó todo su tiempo, energía y saber, para cuidarlo y protegerlo en una época de soledades y de traición. Era Pepe, por su edad, más de diez años más que Pablo, el condenado a marcharse, y Pablo el destinado a proteger su legado, su extraordinaria herencia, y a eso dedicaba la mayor parte de su tiempo, con veneración, con el máximo cuidado, como si fuera un mito en vida.
Pepe Dámaso me llamó hace tres semanas. Estaba fuera de sí. No lo puedo resistir, Paco, no puedo. Conozco a Dámaso desde hace mucho tiempo y sé lo que significan sus palabras. La muerte le aterra y por eso habla tanto de ella, cree que citándola y ninguneándola la muerte se apiadará de lo que más quiere. Ha sido un palo terrible para él, no hace falta que explique lo que es evidente.
Cuando hemos estado juntos los tres en este mismo estudio ha sido una celebración de la libertad y de la capacidad del ser humano para reinventarse y de trasmutarse en lo inconcebible. Hemos sido diamantes bailando en el espacio, imaginativos, intocables, y hemos hecho felices a nuestros oyentes. Cada vez que empezaba o terminaba la temporada yo siempre pensaba en mis dos fetiches para abrirla o cerrarla. O Pepe Dámaso y Pablo Bucareli, o Piedra Pómez.
Ha sido extraordinario tener un amigo como Pablo, un profesional como Pablo, un colaborador lúcido, ágil, insatisfecho con casi todo como Pablo. Conocerlo y disfrutarlo ha sido un privilegio.
Querido amigo: todos los matices que dan su riqueza y su significado a lo que sucede dicen lo mismo: la vida, por lo general, es insulsa y aburrida, ceremoniosa y repleta de gestos vulgares. Un hombre bajo el sol herido en el corazón con una herida invisible es imposible de olvidar. En el espejo de nuestra fantasía y de nuestra realidad Pablo es un gigante que no renunció a casi nada.
Amigo, te espero el martes y todos los martes. Y te espero en nuestra pequeña celebración de fin de año. No me digas que no puedes porque los que te quieren y yo no hacemos otra cosa que pensar en ti como si un ligero viento se hubiese colado en tu armadura, y un ligero viento no es nada para alguien cuya caducidad es eterna.
Francisco J. Chavanel.
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