Comentario inicial de Marian Álvarez en El Espejo Canario.
Por Marian Álvarez
Dos delitos de trato degradante; diez delitos de incitación a la prostitución; tres delitos continuados de menores, 40 delitos de prostitución de menor de edad; un delito de agresión sexual con penetración e intimidación y un delito de agresión sexual con violencia y sin penetración.
Adolescentes de entre 15 y 17 años en situación de desamparo, acogidas a un sistema especial de “protección” que es la tutela por parte de una institución pública, fueron violadas, prostituidas, agredidas y denigradas.
¿De qué va el ‘Caso 18 lovas’?
Va de jóvenes a las que se captaba desde una agencia de azafatas (un supuesto empleo) que valora a las candidatas en función de su cuerpo, de sus atributos sexuales y, a ser posible, de su temprana edad; de mujeres jóvenes a las que hemos convencido de que la imagen física, la falda corta y los bolsos caros son símbolos de estatus social y dignidad personal.
Habla de una sociedad que valora a los hombres en función de su virilidad sexual y de la potencia de los coches que conducen; que durante siglos ha permitido que las mujeres fueran objetos al servicio de los hombres y su causas. ¿Cuántas culturas aún hoy negocian la virginidad de sus adolescentes?
Refiere a una sociedad que castiga más la degradación ecológica que la humillación femenina. Hoy, una parte cada vez más importante de viajeros castiga a los destinos turísticos que no sean sostenibles pero no ocurre lo mismo con respecto a lugares donde se vulneran sistemáticamente los derechos de las menores. No es sostenible un mundo en el que hay destinos turísticos cuya principal atracción sea someter sexualmente a las mujeres y a las niñas a cambio de una pastilla de jabón.
El ‘Caso 18 lovas’ habla también de un sistema de protección institucional que, por ahorrar cuatro perras, deja a las menores en manos de terceros sin ejercer la mínima supervisión, sometiéndolas a la misma vulnerabilidad y a los mismos riesgos de los que supuestamente debía salvarlas.
Habla de un sistema policial y judicial sospechosamente ineficaz que, durante cinco años de secreto de las actuaciones, no ha sido capaz de desvelar ni un solo dato nuevo. Todo lo que aparece en el auto de procesamiento lo sabíamos a finales de 2016.
Y frente a esta realidad… ¿Qué es lo que nos ha importado? ¿Qué ha querido saber el público? ¿Qué es lo que hemos difundido? ¿Dónde ha estado el énfasis? ¿Qué ha debatido la sociedad sobre este asunto? ¿Cuál es nuestra escala de valores, qué vara de medir estamos utilizando? ¿Dónde están las caras y los nombres de todos los acusados? ¿Dónde están las caras y los nombres de quienes cuidaban de esas niñas? ¿Dónde están las caras y los nombres de los responsables públicos y políticos de la protección y de la tutela de esas menores?
El debate se ha centrado en dos únicos elementos: la imputación del empresario Eustasio López, como si abusar de una menor de edad sea más o menos reprochable en función del dinero que se tenga en el banco; y la postura de los distintos medios a la hora de nombrarlo o no. Muy elocuente la viñeta de Padylla el pasado sábado que nos mostraba el enorme cuerpo sin rostro del empresario junto a unas minúsculas víctimas tuteladas por el Gobierno.
18 lovas, aumenta la leyenda negra
Dice la leyenda que había otros grandes señores en ese lodazal de inmundicias que es el ‘caso 18 lovas’; que la mañana que Eustasio López salió en las portadas de los periódicos, otro millonario pedófilo se frotaba las manos, puede incluso que se jactara, al ver pasar el cadáver del enemigo por delante de su puerta. Cuentan las leyendas que decenas de hombres poderosos de lo público y de lo privado aprovechaban la lejanía, el anonimato y la indemnidad de las misiones comerciales e institucionales alrededor del mundo para cometer las mismas fechorías.
Las ‘18 lovas’ son el paradigma de la sociedad putrefacta que formamos; son víctimas de nuestra sociedad. Sí sí, de nuestra sociedad (mia, tuya, nuestra): son el producto de nuestra escala de valores y principios; son el resultado de la educación que hemos dado, a ellos y a ellas; son la consecuencia de los modelos que les hemos ofrecido a través de los grandes medios de comunicación de masas y ahora también a través de las redes sociales; son el símbolo de una cultura falócrata que considera que las niñas y mujeres jóvenes son retretes para las secreciones machistas; son fruto de un modelo mayoritario de masculinidad en el que el valor de un hombre se mide en dinero y mujeres a su servicio; son las secuelas de una justicia cobarde que no enfrenta a la administración irresponsable y farisea que ahora se rasga las vestiduras.
Cuando se demuestren y se condenen los hechos que narra este auto, no seamos tan hipócritas de culpar sólo a los seis hombres detestables que cometieron esas barbaridades. Recordemos la última vez que reímos la gracia de un chiste machista; o cuando felicitamos a aquel adolescente por tener tres novietas en tres meses; pensemos en cuando alabamos sólo lo guapas que están las niñas, y no sus otras y muchas cualidades; cuando ante nuestros hijos no corregimos micromachismos y estereotipos. Y sobre todo, ese día, pongamos también cara, nombre y apellidos a los que quieren tomar las riendas de esta sociedad asegurando que la desigualdad, el machismo y la violencia hacia las mujeres no existen. De alguna manera, aunque sea por omisión, todos y todas somos responsable de que siga al fuego ese caldo de cultivo en el que estas atrocidades se han cocinado durante siglos.
Sé que has sido tú, dijo el culpable (Joaquín Sabina)