El candidato socialista a la Presidencia del Gobierno central, Pedro Sánchez, se somete hoy a la opinión del comité federal de su partido, compuesto por 250 miembros. Hay dos partes en disputa. La que representa la califa andaluza, Susana Díaz, apoyada por la mayoría de los barones y por todo lo que queda del felipismo; y la del propio Sánchez, sustentando por militantes jóvenes y los restos del naufragio del zapaterismo… No son dos partes iguales. No hay un cincuenta por ciento a cada bando como pasa con Cataluña con el independentismo o con la Cup con la elección de Mas. Andalucía da una amplia mayoría a Díaz y a los barones, por lo que sería una auténtica sorpresa que Sánchez no quedase tocado después de la jornada de hoy.
El dilema es con quién pactar. A Pedro Sánchez no le importa pactar con Podemos, incluso traspasando la línea roja del referéndum catalán. Dice lo contrario pero lo que piensa es que la única forma de ser presidente es asumir el órdago de Pablo Iglesias. Es una cuestión de egos, de vanidades, de cumplir sueños adolescentes, de ombliguismo. Sánchez, como casi todos los líderes políticos, tiene un poderoso ombligo que piensa por él y por todos nosotros.
Hemos conocido a Sánchez en posiciones desesperadas para su ego. Las últimas elecciones es una perfecta comprobación. Según las encuestas Sánchez inicia la campaña en tercer lugar, tras Ciudadanos y empatado con Podemos. Su derrota en el debate a cuatro, con Soraya Sáenz de Santamaría en lugar de Rajoy, le empuja a un duelo al sol en el debate decisivo con Rajoy. Y allí le corta las piernas. En el asalto tres, sin duda ninguna, con la seguridad de un determinista, clavó sus uñas en las debilidades de Rajoy, en la corrupción del Partido Popular, y en su convicción particular –y la de la mayoría de los españoles- de que el caso Bárcenas es una herencia del caso Rajoy, la de un señor que llegó a ser presidente con una tolerancia feroz hacia la corrupción de su partido, que él amparaba desde la presidencia del partido… Lo que presenciamos fue histórico. Qué manera de arrinconar a un adversario, qué manera de embestirle, noquearle una y otra vez, hasta dejarle K.0., perdido y desorientado. Sánchez fue cruel y devastador, como únicamente lo puede ser una persona que se jugaba su futuro político a una carta.
Ahora vuelve a jugársela otra vez. Está en minoría en su partido, depende de Susana Díaz, que no le guste ni le quiere, que lo vincula al estilo de Zapatero, un ludópata de sueños y estupideces inalcanzables que ha llevado a la Nación al laberinto de Cataluña o al desenterramiento de las dos Españas, o a cambiar la Constitución de la noche a la mañana para satisfacer a Bruselas, cuando lo que tenía que haber hecho era presentar la dimisión y adelantar elecciones.
Zapatero ha llevado al PSOE al acantilado, a ser pasto de las fieras y de la calle.
Es obvio que el socialismo no está para un segundo Zapatero; el PSOE está en el desfiladero, conteniendo la respiración, pues sabe que un pacto con Podemos lo lleva a la desaparición. Pero Sánchez, el poderoso ego de Sánchez, o se agarra a Podemos o el que desaparece es él.
De modo que esto es lo que va a pasar en el día de hoy. Una mayoría socialista cualificada impedirá cualquier pacto de Sánchez con Podemos hasta que éste no quite de la mesa de la negociación el referéndum catalán. Y si lo quita Sánchez será marcado, espiado, perseguido y contaminado porque el problema esencial no es el pacto con Iglesias, sino el pacto con quien es tu verdugo. Pero si alguien piensa que Sánchez carece de capacidad de maniobra después de la limitación de poderes a la que será sometido hoy no debe olvidar que pese a todo Sánchez es el secretario nacional de los socialistas españoles, y eso te permite mover piezas y cambiarlas en un escenario muy complejo para todos los protagonistas.
¿Qué quiere entonces el PSOE? Lo que todos. Que el PP se vaya erosionando poco a poco, que fracase en su intento de lograr gobierno, y que se produzcan elecciones anticipadas en mayo, en el convencimiento de que la opinión pública le echará la culpa del fracaso a los dos partidos emergentes.
EL ESPEJO CANARIO lo duda. Si los principales partidos del país, PSOE, PP, con el auxilio de Ciudadanos, no son capaces de dejar a un lado sus perretas personales, si no dan un paso adelante a favor del diálogo y la distensión, si no dan un paso adelante hacia lo que siempre ellos llaman la defensa de los intereses generales, la gente habrá entendido que esta clase política carece de verdadero músculo para afrontar las responsabilidades de dirigir una nación. Que detrás de sus estrategias y de su falta de autocrítica, se esconde un grupo de cobardes indignos de otro merecimiento que un profundo y abisal olvido. El país está en manos de sus poderoso egos.