Comentario inicial de Marian Álvarez en El Espejo Canario.
El lunes se reanuda el calendario escolar después de las vacaciones navideñas, y se hará en las mismas condiciones y con los mismos protocolos que estaban en vigor cuando la escuela echó el cierre el 22 de diciembre.
El alto índice de contagios de esta sexta ola, la ola ómicron, que comenzó su rápida ascensión apenas una semana antes de las vacaciones, aumentando también la incidencia en los entornos educativos, llevó a las autoridades sanitarias y educativas a plantearse si sería necesario retrasar la vuelta a las aulas, optando por una educación telemática; o volver a aulas introduciendo refuerzos en los protocolos actuales para los centros educativos, protocolo que como ya sabemos, se dulcificaron (en lo que a la distancia de seguridad y ratos se refiere) en el inicio del presente curso escolar el pasado mes de septiembre.
Si los equipos sanitarios y técnicos han llegado a la conclusión de que la vuelta a las aulas se producirá con seguridad y garantías, deberemos creer en sus cálculos. Pero he de reconocer que se trata de un ejercicio de fe, porque los argumentos no han estado reforzado por datos objetivos más allá de que los entornos escolares han sido seguros durante las olas anteriores y que ahora hay un 30% de población escolar de entre 5 y 11 años con una primera dosis de la vacuna, lo que los convierte en aún menos vulnerable.
Ciertamente los protocolos en el ámbito educativo han funcionado de manera sobresaliente, actuando con prontitud a la hora de establecer los confinamientos de grupos burbuja, docentes y personal de administración y servicios afectados. Los índices de grupos confinados han estado siempre en rangos muy bajos con respecto al total de la comunidad educativa. Pero los altos índice de contagios actuales no son comparativos.
Con esa experiencia y confianza, no obstante, echamos en falta algunos datos con respecto al inicio de las clases el próximo lunes: ¿Cuánto personal faltará por estar confinado? ¿Y cuántos alumnos? ¿Hay refuerzo suficiente para asumir las bajas que se producirán en función de los altos índices de contagio de la población general? Por más que los centros hayan sido entornos seguros, los docentes, el personal y los propios escolares no han pasado las Navidades en burbujas, no son ajenos a la realidad epidemiológica fuera de las aulas. Hoy casi 60.000 personas están contagiadas.
¿La mayor contagiosidad de la variante ómicron es salvable con las actuales medidas de prevención en los centros o es necesaria una revisión de ciertos parámetros como la distancia de seguridad? ¿De qué manera los propios protocolos afectarán al normal funcionamiento de la actividad lectiva y los servicios complementarios? ¿Cambiarán los criterios a la hora de confinar o de la propia duración del confinamiento de los menores y los docentes?
La alta incidencia de la enfermedad es inasumible por parte de los equipos de rastreo que ya no hacen seguimiento de los contactos estrechos y dejan en manos de los propios afectados el aviso a las personas con las que hayan podido establecer relaciones de riesgo. Son tantos los casos, que apenas les da tiempo de notificar los resultados de las pruebas en un plazo razonable de tiempo. ¿Cómo están los equipos de rastreo que atienden al sistema educativo?
En la escuela española y especialmente en la canaria, y más si hablamos de las etapas de Educación Infantil y Primaria, sólo la presencialidad garantiza el éxito del sistema educativo. Las experiencias digitales tras decretarse la pandemia, durante el confinamiento total, pero también con los confinamientos específicos de grupos o centros, lo constatan. A esas edades el alumnado no es autónomo, a lo que hay que sumar la brecha digital de las familias y de los docentes. Y ¿Quién se encarga de los niños y las niñas si no pueden ir al colegio? Tenemos altos índices de bajas laborales a las que se sumarían las ausencias de padres y madres que tendrían que quedarse en casa con sus hijos e hijas si los gobiernos hubieran optado por no reanudar las clases.
Como en el resto de los ámbitos, la escuela también debe apostar por mantener la actividad y acostumbrarse a convivir con el virus, con la ventaja de que su letalidad ha disminuido en más de un 60%. La clave sigue siendo, en cualquier caso, hacerlo con todas las garantías posibles.