Francisco J. Chavanel
La ´marca blanca´ que se está comiendo al original
La subida de Ciudadanos es imparable. Tres grandes periódicos nacionales han coincidido en sus encuestas, al margen de credos, filias y fobias, en que es la fuerza dominante en estos momentos, por encima del PP y del PSOE. Otros medios lo han colocado en segundo lugar o en tercero, casi empatado con los socialistas. Incluso el CIS, el barómetro más conservador, ha dado por bueno el sorpasso del grupo de Rivera frente a Podemos y su creciente ascenso. Esto ha sucedido después de lo de Cataluña, con lo que cabe concluir que el partido que representa al Estado, y su aplicación del 155 a última hora, ha fracasado en un asunto clave para la unidad del país, mientras que millones de españoles empiezan a confiar en alguien casi inocente que no titubea a la hora de explicar su posición, que la mantiene exactamente igual pasen días, meses y años, y que no hace pactos ni política de chanchulleo con las cosas de comer.
Ciudadanos ha pasado de ser la “marca blanca” del PP a casi comerse al original.
Es cierto que las encuestas no pican menudo los detalles y no escruta los vericuetos de una ley electoral que consagra lo pequeño frente a lo grande. No estamos desde luego en Canarias, donde el voto de una persona puede valer lo mismo que 18, pero sin embargo una distancia nacional de 1 a 7 tampoco es cualquier menudencia. Es obvio que el independentismo en Cataluña se impuso desde Girona y Lérida, zonas rurales por excelencia, sobre Tarragona y, ante todo, Barcelona. Con ello lo que estoy diciendo es que Ciudadanos, con el escaso tiempo que lleva en escena, es difícil que haya penetrado de forma eficaz en las zonas periféricas de cada provincia, o en la médula espinal de una nación todavía anclada en demasiados municipios (8.800 grosso modo) que son demasiados pequeños. Ahí subirá el PP, y ahí se mantendrá el PSOE, y ahí le costará dios y ayuda a Ciudadanos ganar las elecciones, incluso si fueran hoy.
La pregunta que se hace todo el PP es la siguiente: ¿Cómo podemos parar a Ciudadanos y cómo podemos frenarlos si, además, son socios de Gobierno, y socios en la comunidad autónoma madrileña?… Una buena pregunta con respuestas poco convincentes.
Rajoy, el dios del tiempo
Hasta hace bien poco Rajoy fiaba su suerte al paso del tiempo. El tiempo pondría todo en su lugar. Como un excelente estofado todo necesitaba reposo, la carne, los vegetales, la salsa…, todo debía ir lento lentísimo hasta que el tiempo se ocupara de todo. También de las crisis propias y ajenas. El tiempo le fue útil a Rajoy para aceptar la presencia de la troika en España. Utilísimo para poner en marcha las medicinas de la Unión Europea mientras los socialistas se despedazaban entre ellos. Más útil todavía cuando los sueldos se fueron depreciando, las empresas empezaron a levantar la cabeza gracias a mano de obra más barata y más interina, y el tiempo le fue clave para repetir dos elecciones, mejorar en la segunda los datos de la primera, y golpear a Podemos en su credibilidad.
Aunque aquí cabe un matiz. Nadie ha hecho tanto contra su propia credibilidad que Podemos. Con sus divisiones internas, los deseos inocultables de generalato de Iglesias, la usurpación del movimiento 15-M para transformarlo en algo similar a la casta, no aprovechar la gran oportunidad que tuvo parea desalojar de La Moncloa a Rajoy, a costa de apoyar un gobierno Pedro Sánchez-Rivera.
Pero al principio, en 2015, las cosas no eran así. Entonces el PP volvía a pedir tiempo para fumigar a Podemos. Varias empresas españolas se pusieron de acuerdo para costear una costosa campaña en los medios de comunicación a favor del bipartidismo. Debía de ganar PP o PSOE, o el país se iba a paseo. Nadie daba un duro por Ciudadanos. Era obvio que Podemos iba a sacudir al PSOE y le iba a morder un buen caudal de votos, y así fue al final. Con Ciudadanos, en cambio, se cumplieron las predicciones: no superaría los 40 parlamentarios.
Cuando Rajoy fue entronizado -gracias al error histórico de Iglesias- mucha gente de este viejo país suspiró aliviado. Con Rajoy se aseguraban los cambios proyectados desde Europa; la fortaleza, cualquiera que fuera, de los bancos; un sistema que consagraba una fe ciega en lo liberal ajena a cualquier intervencionismo por pequeño que fuera. En aquellos días, en los que Sánchez y Rivera alcanzaron el acuerdo de gobierno, con Iglesias dudando, pensando y cavilando qué hacer, con el núcleo blando diciéndole: “sí, acéptalo, quitamos a Rajoy, el PP entra en crisis, y nosotros somos la única oposición; este gobierno durará lo que no nosotros queramos”… Pero le pudo su maldito ego, y el sectarismo comunista, y la aversión a Rivera, un señor de “derechas” aunque europeo y contemporáneo…; le pudo la rabia de no ser él elegido, de modo que eligió a Rajoy. Se equivocó para toda su existencia. Eligió al dios del tiempo, el que sólo necesita una baldosa para convertirse en invisible. Hoy Rajoy existe e Iglesias tiende a ser un holograma que parpadea.
¿Guerra sucia contra la honradez de Ciudadanos?
Ahora la lucha del PP es con su socio. Es tan, o más, español que tú. Es de derechas pero es más evolucionado, menos troglodita, más tolerante aunque no con todo y, desde luego, es bastante más honrado.
Aquí hallamos la madre de todas las batallas. La honradez. ¿Cómo es posible que de repente preocupe tanto a los españoles la honradez de sus gobernantes cuando siempre supieron que los que les mandaban eran unos trincones? ¿Acaso el PP es menos honrado ahora de lo que lo fue en el 2015? ¿No estaban entonces en pleno apogeo el caso Gürtel y sus incontables variables, los descubrimientos de Bárcenas sobre sueldos y sobresueldos, la financiación irregular, la sede pagada por los constructores, las detenciones continuas, la Fiscalía apoyando a la infanta y al Rey en el “caso Noos”?…
Ya entonces la gente se ponía un dedo en la nariz e iba a votar al PP. Porque era el mal necesario. ¿Qué ha ocurrido, pues?
Pues que los palos en Cataluña se los han llevado Ciudadanos, que se han mantenido con absoluta integridad pasara lo que pasara. Y han ganado. Han arrasado entre las fuerzas españolistas. Por encima del PSOE, del PP y de Podemos… Que lo que piensan de recortarle privilegios a determinadas comunidades autónomas lo piensan un montón de españoles; que centralizar algo más el país lo desea una elevada mayoría; y, ya, por encima de los altares, es que son honrados. No roban, no se pisan entre ellos, no se financian de forma chapucera e irregular… (Todo llegará, es posible, pero de momento no tienen siquiera la oportunidad de corromperse).
La derecha se ha hartado del PP. El viejo burro ya no anda más. Las declaraciones de Granados introduciendo a Aguirre y a Cifuentes en las “cajas B” del PP abre el camino para una guerra de cárteles donde poco o nada quedará vivo. Un partido descuartizado por la corrupción no está para gobernar España. Sus votantes lo tienen claro: ¿Cómo van a resolver lo de Cataluña si los jefes no saben si mañana van acabar en la cárcel porque los denuncia uno de sus amigos?… Esto es lo que hay.
Y lo que hay, y a lo que empieza a apuntarse todo el mundo, es a un próximo gobierno Ciudadanos-PSOE o PSOE-Ciudadanos, con, curiosamente, los reyes del mambo en 2015, PP y Podemos, de outsiders. Parece hasta bonito. Veo el cielo azul, escucho una suave melodía de Grieg, los pájaros cantan y las nubes se levantan.
Pero queda el “factor Rajoy”. Lo mejor de sí mismo. El rey del tiempo, sin presupuestos por el asunto catalán, sin políticas activas por el asunto catalán, con el país parado por el asunto catalán, busca una salida que le dé ventaja. ¿La encontrará? Si pretende sucederse a sí mismo es obvio que nos sorprenderá con una de las suyas. ¿Un pacto con el PSOE para fagocitar a Ciudadanos?… Vivimos tiempos duros; bajo la testosterona de la recuperación y una suerte de optimismo contagioso, un partido, me temo, va a hacer cosas muy sucias para mantenerse en pie, entendiendo que el partido está controlado por las mismas personas responsables de su metástasis interna.
A Rivera lo quieren con mortaja y oro. Como esos toreros bizarros que entregan su corazón español al toro que se los lleva por delante. Eso sí: tiene que parecer un accidente.