Francisco J. Chavanel
Soy Francisco Chavanel aunque mi voz suena como la de Marian Álvarez. Estoy confinado por contacto estrecho con mi hijo Javier, que vino de Madrid a pasar las navidades. Madrid, ese lugar tan terrible y tan cruel, donde el virus campa a sus anchas y, sin embargo, no se contaminó allí, pese a que vive y trabaja allí. Lo único que me alivia de esta devastación es pensar que está con nosotros y que lo estamos cuidando.
Pero no lo cuidamos exactamente en mi casa, sino en la de mi hija Déborah, mi yerno Sergio, y mis nietos Juno y Ares. La llamamos “The house of ómicron”, todos están contagiados menos los niños, que tienen unas defensas increíbles, ellos y todos los niños. Javier no está con nosotros para proteger a mi mujer, Ángeles, con afecciones que pueden complicarse, y a mí, víctima de una neumonía hace seis años.
Nos molesta pensar que el bicho ha entrado en nuestra resistencia. Habíamos logrado aislar la radio y aún lo seguimos logrando, y la verdad todavía no sé cómo lo hemos conseguido hasta ahora con la facilidad que tiene ómicron para destrozarlo todo. Las medidas familiares han sido igual de duras. Durante las navidades separamos los núcleos en tres partes, en ese caso para evitar que mi madre, con 87 años, pudiera estar afectada. Funcionó pese a que al poco tiempo uno de los hijos de mi hermana dio positivo. Empezamos a ponernos nerviosos.
Los nervios son porque no quieres caer. Sabes que si ocurre pones en peligro al resto de la familia y a tus compañeros de la radio. Es un mantra que me digo a mí mismo todo el rato: “no podemos caer, no podemos caer; si caemos, ¿cómo lograremos mantener esta pequeña empresa?”. De momento mis compañeros me suplen. Lo hacen con profesionalidad y cariño. Yo lo agradezco en el alma. Estoy pensando que si vamos a caer lo mejor sería no hacerlo todos juntos, poquito a poco, de modo que nos diera tiempo relevarnos los unos a los otros. Creo que me estoy volviendo loco.
Durante tres días tanto mi mujer como yo nos hemos hecho antígenos. Todos negativos. Pero Déborah cayó el sábado y Javier el domingo. Y eso nos ha sacado de quicio. Dos hijos confinados al mismo tiempo es demasiado. El martes el que cayó es Sergio, que había aguantado como un coloso y que había decidido motu proprio infectarse para sostenerse en el núcleo familiar. Mi hija María es la próxima candidata y nosotros también. Espero como un soldado por la mañana en la que el antígeno cante, y me diga que estoy enfermo. Y si no me lo dice el antígeno me lo dirá un PCR.
Cuento todo esto a sabiendas de que esta es la vida diaria de un montón de familias. Mi experiencia no es la única, por desgracia para la comunidad. No hemos llamado a ningún médico, no hemos llamado al Servicio Canario de Salud, ni hemos pedido auxilio alguno. Conocemos que el sistema está colapsado y conocemos su falta de respuesta. El sistema ya somos nosotros, que empleamos nuestra inteligencia y nuestros parcos conocimientos para ayudarnos y socorrernos.
Más del diez por ciento de la población canaria se han infectado con ómicron; es un disparate. El número de fallecimientos en las Islas supera claramente la media nacional. Hay algo que no se dice que explica este fenómeno. Pero no nos lo cuentan de forma precisa. ¿Qué es: tenemos más población en peligro que en otras comunidades autónomas? ¿Es tan elevado el número de gente negacionista y, por lo tanto, no vacunados, que son ellos los que disparan la estadística? ¿De qué edades exactamente son? No lo sabemos, no nos lo dicen. Es probable que lo sepan pero las autoridades no lo cuentan.
La infección se comporta, hasta este instante, como una gripe normal. Es lo que me relatan mis hijos. Temblores, fiebre la primera noche, estremecimientos, fosas nasales obturadas, dolores en la garganta. Es como si estuviéramos siendo sometidos a un experimento sobre la gripalización del monstruo. Es lo que parece ahora, una gripe. De lo contrario no sé qué pasaría con nosotros y con el resto de los afectados.
Cuando estás así, en esta tensa espera, entiendes muy bien la desmoralización de la gente, la crispación reinante, el abatimiento, esta tristeza que no te abandona. Espero estar ahí lo antes posible. Cuando pase el peligro. Mis compañeros son unos máquinas. Desde Marian a Fayna, pasando por Lito, Rey Pitti, Iván, Mario, Alexandra, Yaiza, May, Kevin y Javier. Eso sí que me enorgullece.
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