Francisco J. Chavanel
Jesús Calleja es un excelente comunicador. Es aventurero, investigador, un tipo abierto, dialogante, que da muy buen rollo, protagonista de búsquedas y de encuentros extremos, y que tiene además un excelente programa en Cuatro con su propio nombre “Planeta Calleja”.
El planeta de Calleja es el mundo tal como es; Jesús es un hombre de retos, de atacar las montañas más altas, de navegar por los ríos más nerviosos, sobrevivir ante todos los abismos.
En la noche del pasado miércoles raptó a Ana Patricia Botín, la actual presidenta del Banco Santander, hija del mítico Emilio Botín, la mujer más importante de Europa, una de las diez más importantes del universo. Sacar a Ana Botín de su espacio de confort, de su agenda a tres años con todo, o casi todo, milimetrado y llevársela a Groenlandia debe ser de las cosas más difíciles que un ser humano ha de acometer. ¿Qué tiene que ganar para ella misma, para su imagen, para la imagen de uno de los bancos más relevantes del continente, que su gestora principal, la persona que tiene fijadas las miradas exigentes del planeta económico, aparezca durante hora y media en prime time hablando de su vida, de sus sentimientos, mezclándose con algo a lo que siempre le han tenido pavor los banqueros: ¿la opinión pública?
Porque puede ser que “Planeta Calleja” sea un programa blanco, pero no es un programa a lo Bertín Osborne. Ahí se ve lo que es cada cual, sus miedos, sus instintos, su cansancio, sus primitivos deseos de abandonar ante una prueba complicada. Y hay que decir que la señora Botín pasó el examen con nota.
Igual que el propio programa en sí. Durante cinco días, Jesús Calleja sometió a la señora Botín a la realidad misma. Groenlandia, el paraíso del nuevo jipismo, la naturaleza salvaje en estado más primitivo, miles de kilómetros de hielo dominando el espacio y el cuadro, algo intocable por el ser humano, la zona más protegida del planeta, donde todo es puro, purificador y salvífico, de una belleza insultante y maravillosa. Algo que te rinde, te sacude, te seduce y te hace pequeño, enano, incapaz de hacer otra cosa que rendirte a la gloria de la creación.
Nos contó la señora Botín sus creencias feministas, se quejó de que en la última reunión de los CEO europeos solo tres mujeres mandaban. “¡Cuánto nos queda!”, dijo. Expresó también alguna boutade: “los bancos no desahucian desde 2012, lo impide la ley”. Los bancos, desgraciadamente, siguen desahuciando a los propietarios de primeras viviendas. En cantidades incalculables. El Banco Santander también. Pero eso no es el final de este cuento. Botín se presentó en el programa de Calleja entregándonos la cara amable de los bancos: un banco que no desahucia, que piensa en los seres humanos, que es feminista, integrador, socialmente avanzado, que es cómplice de las penas de los demás…, que no hace felonías y que está planteándose un lugar en el futuro para eliminar el carbono y ser más ecológico.
Todo eso está muy bien. Yo creo en las promesa de Ana Botín, las creo porque considero que estamos hablando de alguien inteligente, que sabe que el mundo ya no puede ser ordenado desde un despacho por seres fríos, calculadores y codiciosos, porque el mundo, sencillamente, tal como lo conocemos, se está cayendo en mil pedazos. Y, dentro de unos años, nadie lo reconocerá.
De la misma forma que creo en su sinceridad, y en su dolor, cuando refleja lo que fueron sus relaciones con su padre. Terribles desde el punto de vista profesional… Ese instante donde el capitán general te llama un domingo y te dice: “Voy a despedirte para que la fusión con el Central Hispano salga”. Y ese capitán general es tu padre, el hombre que lo deja todo durante los veranos para estar contigo y sus nietos… En ese domingo de finales de los noventa, con la portada del suplemento de “El País” -periódico lanzado a succionar todo el dinero que pueda del banco más importante de España- más de quince páginas de retrato de una líder que todavía no lo era, el acojono que sufrió la jerarquía del Central Hispano cuando vio lo que presentía: esto no es una fusión, es un ataque pirata. Y Botín que despide a Ana Patricia, la artista del día, para salvar, al final, el futuro de su hija.
A Ana le ha costado olvidarlo. Habla ante Calleja de las formas de su padre. Esas maneras altaneras y cuarteleras de dar órdenes. Hoy no existes, hoy te reclamo a mi lado. Cuando murió Emilio Botín, Ana fue elegida por unanimidad. Tenía un currículum sin manchas e inigualable. Ganó por lo que era, por lo que había conseguido, no por estar a la sombra de su padre. Pero ella no era el poderoso Emilio. Ella tenía una idea de un banco moderno que no tenía nada que ver con el historial de su padre. Los que la conocían lo sabían y le inventaron un dosier para derribarla con intenciones de terminar en un juzgado donde se le acusaba, nada menos, que de aprovecharse de la muerte de su padre para llegar a presidir el Santander… Se la acusaba, incluso, de forma taimada e insidiosa, casi de haber envenenado a su padre.
Nunca lo tuvo fácil. Era mujer, distinta, tenía ideas propias y un carácter indómito. El carácter internacional del Banco Santander, su sabiduría para sortear la crisis, dejan claros los conocimientos de Ana Patricia Botín.
Sin embargo, no es este el retrato que yo quiero cincelar hoy aquí. A mí lo que me interesa representar es su cara de asombro, la anomalía total que sufrió su cuerpo y su forma de pensar cuando Jesús Calleja la enfrentó al más crudo de los cambios climáticos. Poco a poco, a lo largo de cinco días, Calleja la fue conduciendo hacia el abismo. Una cosa es aceptar que el cambio climático existe y otra, muy distinta, observar con tus ojos la demolición, a causa del ser humano, de uno de los pocos paraísos que le quedan al planeta.
Cualquier persona que dude de la autenticidad de lo que pregona el 98% de los científicos del mundo debiera afrontar este programa con la mayor de la naturalidad. Enfrentándose a lo que dice la razón, dejando a un lado los sentimientos y las opiniones interesadas de las tribus que porfían por convencer a las demás.
No hay discusión alguna. En Groenlandia los inviernos cada vez son más cálidos, los veranos duran cada vez más, y los grandes icebergs se derriten para dar paso a miles de pequeños icebergs que bailan a tu alrededor. El deshielo de los glaciares ha dado paso a grandes ríos que, con sus aguas cada vez menos heladas, se disponen a calentar el planeta. La mujer más poderosa de Europa vio en directo cómo el hielo caía, se desplomaba y hacía un ruido infernal mientras se unía al mar.
Ese ruido es un sonido mortificante que se siente a todas horas del día. Los glaciares sufren, se rompen, dejan de ser una capa sólida y se van destruyendo poco a poco… La superficie de hielo más importante del planeta -casi 3.000 millones de kilómetros cuadrados- se está calentando y está dispuesta a desaparecer en el océano. Cuando eso ocurra, el nivel del mar subirá en el mundo unos siete metros.
Ver a Calleja mostrándole a lo más impío del sistema, un banco, lo que va a ser un desafío inigualable, donde ni Estados Unidos, ni China, ni Rusia colaboran para adoptar soluciones en positivo, me pareció fascinante; posiblemente, su mejor aventura. Ver a Ana Botín sobrecogida, completamente aturdida por un espectáculo tan fascinante como funerario, prometiendo que hay que dar paso a “la acción” es de lo mejor que hemos visto jamás en una televisión. Eso no se ve desde un despacho.