Francisco J. Chavanel
Hoy conmueve a una risotada muda y hueca, pero entonces, en 2010, una sombra oscura y siniestra se cernía sobre las finanzas canarias.
Zapatero, en aquella reunión pornográfica de 2010, con Emilio Botín a su derecha y los corsarios de la CEOE a la izquierda, vendió las Cámaras de Comercio y las Cajas. Las primeras para que no le hicieran la competencia a la gran patronal; las segundas para que no hicieran lo mismo con el poder de los banqueros con pedigrí. Había una crisis pululando, creada en gran parte por los bancos del planeta, y las Cajas representaban, nada menos, que el 50% del pastel de toda la nación.
De repente, de un día para otro, se habló de la necesidad de iniciar “fusiones calientes”. Muchos miramos para las dos cajas canarias. Dos poderes extraordinarios desde la muerte de Franco. Su control significaba a su vez el control de periódicos, gobernadores, toda clase de políticos. Con ellas se pagaban dosieres, conspiraciones de todos los tamaños, edificios, inversiones en los sures de las islas, se financiaban periódicos, líneas editoriales, se callaba y se enmudecía a la gente. Las mirábamos y parecían gigantes, imposibles que estuvieran a un segundo de la demolición. ¿Nos habían engañado? ¿No eran lo más sólido que habíamos conocido nunca?
Las dos cajas canarias se reunieron a ver si era posible una fusión entre ellas para sobrevivir al ataque del Gobierno central. El pleito insular se interpuso entre los dos bandos, de modo que lo que ocurrió a continuación fue una especie de huida a la búsqueda del encuentro del boxeador más fuerte.
Álvaro Arvelo y CajaCanarias pronto se encontraron con la denominada “Banca Cívica”, el emporio montado con CajaNavarra, CajaSol y CajaBurgos. Nos dijeron a todos que era la unión perfecta, que el matrimonio era indisoluble, leal, y que aguantarían todos los avatares que la vida les pusiera por delante. Dos años después el matrimonio terminó engullido por La Caixa en una absorción tan caliente que todavía Arvelo no ha descendido al suelo para contemplar su obra. Visto y no visto. Ahí terminó la huida de CajaCanarias. ¿Qué había dentro de Banca Cívica y de las cuatro cajas que la componían? Bichos, un montón de bichos, contabilidad de piratas, quiebras y más quiebras disfrazadas de propiedades que no se tenían. Un desastre.
La Caja de Canarias, con sede en Las Palmas de Gran Canaria, intentó primero una alianza con la Caja de Zaragoza y el Banco de Sabadell. Fue rechazada de entrada. Aquello tenía mala pinta. La Caja, que en los tiempos de Juan Francisco García era, según su propaganda, la que más dinero ganaba proporcionalmente de toda España, no era tal cosa: era sencillamente una superchería, un montaje, algo que apenas carecía de valor cuando controlaba las cuentas del 35% de los grancanarios. Parecía inconcebible, pero así era.
Tal como estaban las cosas La Caja de Canarias se quedaba fuera de cualquier fusión por estar en quiebra técnica. Nadie lo dijo entonces, todo el mundo calló, nadie explicó ni delató la situación, el fraude que se había estado consumando durante décadas. Es más: al pobre hombre que formaba parte de la comisión de control que denunció la maniobra en Madrid casi le destrozan la vida.
Entonces surgió el comandante Soria, propietario del PP en Canarias, y dijo: “esto lo arreglo yo”. Y dicho y hecho. En cuestión de días la simpleza de Soria llevó a la purísima Caja a los brazos de Bankia a punto de constituirse. Iba a ser uno de los primeros tres bancos de España, ¿recuerdan la publicidad?
Por aquí los pregoneros nos dijeron que formábamos parte de la Champions League, que mientras la Caja de Tenerife se había visto obligada a secundar un proyectito de mala muerte (Banca Cívica), lo nuestro era otra cosa, lo nuestro era como tocar el cielo.
El resto ya lo conocen ustedes. En 2012 Bankia tuvo que ser rescatada por el Gobierno al descubrirse un agujero de 5.000 millones de euros. Mariano Rajoy tuvo que pedir ayuda a la UE, la cual le prestó 24.000 millones de euros a cambio de rescatar a España y ser supervisadas las cuentas de la nación por la denominada “troika”. Así terminó sus días esa enorme entelequia llamada Caja de Canarias…
Aunque no del todo. La historia realmente terminó ayer. El 14 de noviembre de 2021. En esa fecha tan próxima concluyó la absorción de la Caixa sobre Bankia, que había empezado a digerir en el pasado mes de marzo. Esa boa constrictor que es La Caixa se tragó Bankia después de haberse tragado años antes Banca Cívica. Es decir: los dos grandes portaviones canarios, las dos banderas del pleito insular en los tiempos duros del cainismo, el refugio de los latifundistas para enriquecerse a costa de las clases populares, murieron de agotamiento en el mismo vientre: en Caixabank. Tanta carrera para esto. Tanta huida, tanta estampida, tanto jurar en vano por la sacrosanta hegemonía tinerfeña o grancanaria, para dormitar en la misma tumba, codo a codo, las dos presa del fraude y de la corrupción. Que descansen en paz sus miserables mercedes. Debe aclararse que, a diferencia de otras fusiones, esta fue, según los expertos, “fría”. Normal: habían fallecido.
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