Francisco J. Chavanel
El taxi es un buen lugar para que tu cabeza vuele independiente de ti. Te dejas llevar por el movimiento, por la conversación casi siempre autista del conductor o conductora, por la música estúpida de Kiss Radio, Los 40, alguna radiofórmula cuya misión es entontecerte o, de repente, tu alma da un respingo, se pone en pie, vigilante y feliz, porque lo que escuchas es música clásica en CD, o sea que el conductor se ha traído su propio setlist desde casa, y es entonces cuando se está demoliendo dentro de ti ese prejuicio antiguo de que los taxistas no saben apreciar la buena música; pides perdón interiormente, notas el crujido del prejuicio pegándose una torta contra lo más profundo de un pozo, y le preguntas a ese ser humano que, de pronto, empiezas a estimar, si está pasando por un mal momento su familia, si tiene una enfermedad, si Beethoven le relaja.
El hombre dice conocerme. Y que me respeta. Pero ya no escucha mi programa de radio. Ok. Demasiado estrés. Ha pasado de seguir un programa rebelde y vehemente a escuchar únicamente, dentro del coche, música clásica. Bueno, pienso, a veces a mí me ocurre lo mismo. Cansado de sentirme, me refugio en Mozart, o en las grandes óperas. Prefiero una sorpresa así que ponerle una vela a una radiofórmula aunque el conductor te diga en plan colega: pues yo, a las ocho y media de la mañana en puntito, ahí estoy, como un cañón, oyendo su comentario, señor Chavanel… Siempre digo lo mismo: al menos sé que trabajo para alguien; me da ánimos. Pero lo de haberme abandonado por los pianos de Chopin y Debussy es como si la deserción la hubiera hecho yo mismo. ¿Para qué tanta hiperrealidad? ¿Para qué tanta verdad, lanzada así, a la cara, sin la menor consideración? ¿Para qué tanto partirte la camisa como Camarón si no hay un contrapeso como “La entrevista imposible” o como Pablo Bucarelli?…
Cuánto los echo de menos. A los dos. A Paco Pons y a Pablo. Esas inteligencias parlantes, esa forma de llegar hasta los límites, su incisividad, su facilidad para darle la vuelta a las convenciones…, ha transformado un programa que era una montaña rusa en una especie de viaje en tren que siempre desafía su propia historia. Tampoco está nada mal. Aunque elija vías sinuosas, aunque se enfrente a poderes inimaginables, al final lo que se contempla es la lucha de don Quijote contra los molinos de viento y, seguramente, lo que lo hace distinto y atractivo es que aquí don Quijote gana de vez en cuando. Sin Pablo y sin Paco, esas victorias no huelen tan bien. Hay días que necesito salvavidas, y si esos dos te arrancaban una carcajada, o varias, el mundo cambiaba y mutaba en algo salvaje y fértil. Los echo de menos, los echo de menos y los echo de menos.
Y creo que estaba pensando en ellos durante el viaje en taxi cuando, de forma insólita, se me presentó mi nieto todavía nonato. Mi cabeza viajaba hacia cualquier galaxia, reflexionando quizá sobre las pérdidas irreparables, mientras una taxista conducía despacio el vehículo por la calle León y Castillo. Por lo general, soy tan distraído que no me entero de nada. Me meto en mis pensamientos y de ahí no se me saca. La taxista escuchaba, cómo no, una radiofórmula, razón de más para penetrar a fondo en mi marasmo.
Nos acercábamos a la iglesia del Pino con mi mirada perdida posándose en los escaparates y sin enterarme, por supuesto. En uno de los escaparates sobresalía la imagen de un bebé gordito, tres fotos gigantes, para ser exactos; el coche sigue su viaje y a mí que me suena la carita del bebé. Lo conozco, me digo. Conozco a ese tío. Estoy hablando en alto y no me doy cuenta. Giro mi cuerpo hacia atrás y vuelvo a ver al bebé gordito. Joder, no hay duda, es él… Pero, ¿quién coño es? Vale, lo conozco, pero no sé de qué. Empiezo a efectuar analogías. Si lo conozco, tiene que ser de algo reciente; mi ordenador cerebral es un fenómeno para limpiar recuerdos que no interesan. ¿Algo reciente? Me voy al móvil. Me introduzco en el grupo de whatsapp “Juno is here”, creado hace cuatro años y medio con motivo del nacimiento de mi asombrosa y extraordinaria nieta. Y, sí, ahí está el muy cabrón. Mi hija, Déborah, me había enviado su foto hacía unos días, cuando se sometió a su última ecografía. Era exactamente la misma. Era Ares que, increíblemente, ya era famoso antes de nacer. Ahí estaba su foto, en pleno líquido amniótico, nadando y posando para la posteridad en cinco dimensiones. Acojonante. Qué calidad, qué plasticidad, ¡pero si ya parecía que había nacido y que se había pegado unos cuantos biberones!
Entonces pensé: claro, este debe ser el centro de ecografías donde Debi se hizo las pruebas. Y a los dueños de la empresa les debió encantar el resultado que lo han colocado, a modo de publicidad, en el escaparate. Ese es mi nieto, me dije con orgullo. Incluso se parece un poco a mí… Hola, genio, qué alegría conocerte. ¿Qué haces frente a una iglesia? ¿Serás católico dentro de una familia de agnósticos?… No me percato de que estoy hablando solo en el taxi. Hablo en alto porque no termino de creer lo que acabo de ver. Menciono su nombre, el nombre de mi nieto. Ares. La taxista interviene. ¿Ares, se llama Ares?, pregunta. Es que yo tengo un hijo que se llama Ares, tiene 32 años. Y tengo otro hijo que se llama Adonis. Me encanta la mitología griega. Y, se lo digo en serio, señor, los nombres condicionan el carácter de las personas. Mi hijo Adonis se pega el día mirándose en el espejo, más presumido no puede ser. Y mi hijo Ares es un guerrero y qué guerrero. Es buena gente pero, como alguien se le suba a la chepa, lo primero que le dice es: “La próxima vez que te pases te doy una bimba”. Y es rebelde, crítico…, su nieto será un guerrero, como mi hijo.
Estupendo, pienso, guerrero como el propio abuelo. El guerrero Ares acaba de presentarse en mitad de la calle y me está intentando decir algo que todavía no comprendo. Pero hay algo en su mirada, en esas fotos suyas observando una de las arterias principales de Las Palmas de Gran Canaria, que guarda un secreto que no logro desvelar. Ares, ¿qué me quieres decir dos meses antes de ver la luz?
Es como si me mandara el siguiente mensaje: abuelo, que no estoy dispuesto a pasar desapercibido, que me tienes que hacer caso, que no soy tu segundo nieto, es que soy “tu nieto”, que milito en la misma división que Juno. ¿Vale?
Ares: le vamos a dar por saco al mundo, de eso se trata. Vamos a darle la vuelta, a trocarlo, renovarlo, fundirlo, aniquilarlo. Cuenta con mi apoyo, pequeño rey de la guerra. Ya te estoy esperando. Con entusiasmo, sorprendido. Vamos a petarlo.