Francisco J. Chavanel
1.-Canarias7, el fiscal Stampa, y la incoherencia de un capitán enfermo
Supongo que cuando la gente (poca) lee Canarias7 con titulares como “El Supremo condena a Chavanel y le da la razón a Stampa”, todo ello a cuatro columnas, con comentario de uno que pasaba por allí pero que lo disfrazan de Paco Umbral, como si fuera una explosión calculada para destrozar mi corazón, se escandalizarán y se llevarán las manos a la cabeza. “Pero qué mal está el periodismo, hay que ver”, dirán. “Pobre señor Stampa, acribillado por el malo de Chavanel”, dirán otros. “¿Pero no fue Canarias7 y Chavanel los que destaparon las irregularidades del Caso Unión?”, comentarán los más avispados.
Antes de continuar una aclaración necesaria: un caso, como este, sobre la libertad de expresión, que es un derecho fundamental recogido en la Constitución, no termina en el Supremo. Todas las demás causas sí, pero esta no. Siento mucho destrozarle el relato al cacique de El Sebadal, Juan Francisco García González, pero el baile todavía no ha terminado. Como me he cansado de explicar decenas de veces todo estuvo en mi contra desde el minuto uno cuando el juez Pamparacuatro y el fiscal Stampa se pusieron de acuerdo para triturarme con dos demandas en defensa de su honor. Por varias razones: a) porque el caso Unión está enraizado con las cloacas del Estado y ambos demandantes se colocaron en sintonía; b) porque el caso Unión fue iniciado por el Partido Socialista de Lanzarote -su denunciante fue su entonces secretario insular, Carlos Espino- con el ánimo de “limpiar” las islas de contrincantes y empresarios que no pasaban por caja; c) porque su operatoria es exactamente la misma que la empleada en los casos Faycan, Eólico y Góndola, los tres desnutridos completamente de enjundia jurídica, con juicios lamentables y con pactos de vergüenza para que ninguno de los teóricos culpables acabara en la cárcel, pero casos que fueron muy útiles para elevar a Juan Fernando López Aguilar a los altares, aunque no lo suficiente para gobernar en solitario; d) porque el informe de la jueza que sustituyó a Pamparacuatro, Lucía Barrancos, no deja lugar a la menor duda: fue un caso investigado por dos seres negligentes, descuidados y caóticos: no había archivos, desaparecieron pruebas, se perdió la custodia de las mismas, convirtieron el asunto en un naufragio; Barrancos describe en su informe una reunión con el hoy fiscal anticorrupción de Las Palmas de Gran Canarias, Javier Ródenas, de ¡17 horas!, cuyo único objetivo fue intentar echar a andar un cadáver: e) porque del caso Unión no tenemos grabación original, ni la grabadora con la que se inició la investigación; no tenemos auto firmado por el juez por el que se decreta el comienzo de la citada investigación; por el contrario: tenemos abundantes autos o providencias sin firma; y tenemos abundantes autos y providencias firmados cuando el juez estaba en La Palma disfrutando de la fiesta de Los Indianos como si hubiera nacido con el don de la ubicuidad; y f) porque “el corrupto” de esta historia, el empresario Luis Lleó, ha alcanzado un acuerdo con la Fiscalía para no ir a la cárcel a cambio de declararse culpable tras 12 años de persecución, a cambio de que el citado Lleó no acuda al Tribunal Supremo a pedir la anulación de todo el procedimiento: ¿lo acaban de leer?… ¡A cambio de que no recurra al Supremo!… ¿Y por qué? Porque si recurre igual lo gana, y si lo gana se terminó esta película tártara que se han montado las siempre eficaces cloacas socialistas.
Este es el caso Unión, a grandes rasgos, como perfectamente conocen los lectores de Canarias7, puesto que fueron ellos los primeros en saberlo. Falta una última razón a esgrimir a mi favor: nada funciona mejor en este país que el corporativismo de determinadas profesiones; la de los jueces y fiscales merece un sobresaliente, pues se cuidan y se protegen más allá de cualquier sospecha sobre presuntos actos indignos. ¿Alguien en su sano juicio esperaba que ganase en los tribunales de Lanzarote, Tenerife, Gran Canaria, cuando ha pasado una década con distintos estamentos tapando las barbaridades profesionales de Stampa y Pamparacuatro? Yo sabía desde el principio que estaba ante una guerra muy larga, y eso fue lo que dije cuando me preguntaron al conocerse la noticia. “Terminaremos en Estrasburgo”, dije. “En España nunca me darán la razón; hay una barrera invisible que nunca podré superar”.
Sin embargo, lamento expresárselo así de crudo al desnortado García González, yo ya he ganado. La pretensión última de las dos demandas era freírme económicamente, destruir mi instalación y expulsarme del mercado. Por eso me reclamaron un millón de euros entre los dos. Ahora estamos en 50.000 para Pamparacuatro y 25.000 para Stampa. Y estoy contento. Mucho. Puede que el Covid haga el trabajo que procuraron esta pareja de justicieros pero, desde luego, ellos no. Y tampoco podrán salvar lo más importante de todo: su reputación. Han quedado prácticamente despojados de ella. Todo el mundo sabe en el colectivo judicial quiénes son; el corporativismo no da para engañar tanto. Canarias7, en la locura ciega de su capitán, se ha colocado apoyando al fiscal Stampa, hoy investigado en Madrid por la Fiscalía General del Estado por revelar presuntamente secretos de un sumario muy secreto a la abogada de Podemos, Marta Flor, con la que mantenía relaciones íntimas. Esta es la talla del personaje. No sé si el Gobierno acabará “salvando” o no a tamaño miembro vinculado a las cloacas socialistas, pero tienen un serio problema de credibilidad. Sería interesante, si no fuera demasiado esfuerzo, que revisasen su actuación en el tiempo en el que estuvo en Lanzarote. Por si hubo comportamientos similares; no vaya a ser que estemos ante una conducta reiterativa.
La pregunta es: si la opinión pública obtuvo gracias a los trabajos de Carlos de Inza, de Chavanel, y de Canarias7 las revelaciones sobre el caso Unión; si gracias a esas revelaciones hoy se tiene muy claro que lo que sucedió no fue ni casual ni nada parecido, sino premeditado y predeterminado, si hoy existen dudas más que razonables sobre un procedimiento lleno de agujeros, ¿por qué Canarias7 se ensaña con la figura de Chavanel, cuando ha trabajado en ese medio durante 20 años, siéndolo todo, absolutamente todo les guste o no…, por qué ese deseo malicioso de hundirlo y fulminarlo con palabras gruesas, titulares fuera de foco, con la rabia de un asesino dominado por las emociones más primarias?
Me parece que esa es la pregunta. ¿Por qué no está orgulloso C7 de una investigación que le dio prestigio y notoriedad? Es raro que el teórico dueño de ese periódico, el que debe cuidar de su buena imagen y del respeto que le debe a sus lectores, haga justamente lo contrario. Como no es la primera vez que sucede, como no es la primera vez que este medio muta de línea editorial, como no es la primera vez que este medio ama apasionadamente a un político o a un empresario, y luego los ataca con cólera, con el fuego inextinguible del odio, hay que volver a preguntarse: ¿el señor García González goza completamente de sus facultades mentales; está bien de la cabeza o es para ya dudarlo seriamente? Lo más importante de cualquier medio -eso lo sabe un niño de ocho años- es su coherencia; lo que más castigan los lectores son los bandazos, la inconsistencia, estar con unos y mañana con sus opuestos. Pasa lo mismo con un partido político, o con cualquier ser humano. Si te dedicas a abrazar farolas no eres fiable; si lo que haces es actuar como una veleta y, además, como una veleta supraviolenta para conseguir objetivos que no tienen nada que ver con el periodismo, eso no tiene perdón. Y por eso Canarias7 vende cada vez menos, regala más periódicos, y su presencia está difuminada en apenas 4.000 deshonrosos ejemplares diarios. Una hoja parroquial con todas las letras
2.-El legado de García González
Voy a intentar comprender a García González como hice tanto tiempo atrás. Me considera responsable de que una de sus empresas fetiche, Videoreport, haya perdido el concurso de la televisión autonómica, unos 140 millones de euros en ocho años. Eso un cacique que realmente merezca ese nombre no lo puede permitir. Un cacique de verdad infunde miedo y más miedo. Ni ama ni quiere a nadie. Sólo protege su poder y su dinero. Los que están alrededor son sus criados, a los que paga para humillarse todos los días ante su augusta persona. Ninguno siente afecto por él. Todos le desprecian en la más íntima de las intimidades. Todos han sufrido persecuciones y degradaciones cuando el cacique no está a gusto. Y un buen cacique no está a gusto cuando le da la gana; es decir, improvisa constantemente, es un caprichoso de campeonato que lo mismo está eufórico por una estupidez que igual se enfurruña por otra estupidez. Un cacique como García González, con una farmacia en su despacho, que sufrió el trauma extraordinario de ser desalojado a las bravas de la única empresa en la que quiso ser director (La Caja de Canarias), todavía no ha superado -ni lo superará- que sus días terminen sin un legado.
No tiene legado el cacique. Tiene un periódico que utiliza para extorsionar y chantajear al poder empresarial y político en pos de ejecutar negocios inconfesables. Ese periódico ya tiene un comprador: Vocento, con lo cual dentro de poco tampoco tendrá nada por esa vía.
¿El legado de La Caja? ¿Cuál? ¿El de haberlo sacado por la puerta de atrás la mayoría de las fuerzas democráticas de la época?… ¿Y por qué lo sacaron por la puerta de atrás?… Porque, según el relato efectuado por el ex consejero de Hacienda, Luis Hernández, García “no estaba bien de la cabeza”. Jugaba con el dinero de La Caja en bolsa; amenazaba constantemente a aquellos que no se sometían; no daba créditos a los empresarios canarios aunque de todos quería conocer su balance (primero lo conocía, y después les negaba el crédito), porque utilizaba Canarias7 como una metralleta (cada vez que un cliente se enfadaba era “ametrallado” desde Canarias7, cada vez que quería entrar en un negocio C7 “ametrallaba”…; porque se sentía tan intocable que la boda de su hija la pagó la Caja (para él no había distinción: la boda, su hija, y La Caja formaban parte de la misma empresa, la suya).
Con el paso del tiempo me pregunto si terminaré por darle la razón a Mauricio… Cuando contemplo lo sucedido fuera de la que fue mi casa, cuando ya no hay influencias que te condicionen, cuando uno se queda solo con su conciencia y con una cantidad colosal de papeles a los que les doy miles de vueltas, cuando mi independencia de García me permite mirarme al espejo, pienso que es probable que Mauricio haya tenido argumentos de sobra en lo que hizo. Cuando García González llegó al periódico del que yo era director, lo que llegó fue un guiñapo de ser humano. Estaba muy enfermo. Daba pena. Sumamente delgado, cayéndosele los pantalones, medio día en el baño y en brazos de la depresión. A mí me conmovía. Pero su cabeza no funcionaba o funcionaba a ratos. Se manejaba convulsamente. A ratos pacífico, a ratos sumido en la angustia y en la desgracia de la derrota. Era anoréxico y vigoréxico al mismo tiempo… Y con abundantes accesos de violencia incontrolada… Que un médico lo explique: ¿qué pasa en el cerebro de un ser humano cuando uno está extraordinariamente delgado, cuando te arrebatan el trono, cuando comes lo que un niño de dos años, cuando te metes tres horas en el gimnasio para quemar lo que no tienes, y cuando te tomas laxantes por un tubo para mantener no sé qué línea?
Y esto es lo que ha pasado. Ningún amigo a su alrededor. Nadie habla bien de él. A aquellos que tiene a su lado les paga y lo sufren. Y los empresarios o políticos que van al Sebadal a prestarle pleitesía no les queda otra porque en caso contrario los funde en pedacitos.
En su familia hay miembros que no le hablan. Y los que le dirigen la palabra lo soportan con estoicidad. Ha hecho como tantos hombres mayores cuando se dirigen hacia la muerte y quieren recuperar frenéticamente su juventud. Lo que queda es división y un profundo extrañamiento del pilar fundamental. ¿No ven? Tampoco como persona hay legado. Ni amigos, ni periodistas, ni familia, ni afecto ni amor. Puro dolor.
¿Profesionalmente? Ni Caja ni periódico. Con un agravante: fue el principal consejero de Antonio Marrero y Juan Manuel García Falcón para fusionar la Caja de Canarias en Bankia, asesorados por José Manuel Soria. Soria y él son corresponsables de una de las decisiones más bastardas que se hayan producido nunca en la historia de la economía canaria. Aquí no hay legado. Puro dolor.
Eso sí: se ha hecho millonario a costa del esfuerzo de otros. El cacique lleva el látigo en la mano para que la masa explotada bajo un imperio de terror, extraiga de la mina el oro con el que castiga a los suyos. Hay una fortuna a cambio de ausencia de legado, de perder a tu verdadera familia, de prostituir un periódico que le dio equilibrio a la sociedad canaria, de convertir La Caja de Canarias en un zoco marroquí en la que cerrar operaciones urbanísticas de dudosa rentabilidad para la institución.
En una ocasión -Carnaval de 2000- con la querella contra García apurándose a fuego lento en las cocinas de La Caja, José María Palomino, el abogado al que le ofrecí el caso en su nombre, me citó en las proximidades del Hospital del Pino. Y José María, mirándome muy fijamente, me lanzó la siguiente pregunta: “Paco, ¿estamos seguros de que estamos con los buenos?”. No supe qué responder, pero él sí tenía respuesta. Al cabo de unos días dejó el asunto, lo abandonó. Por motivos éticos, porque sospechaba que García no estaba en el bando de los “buenos”. A mí me ha faltado más tiempo para comprender la realidad que estaba viviendo. Pero en 2004, con la penúltima de sus traiciones, llegué a la misma conclusión que él.
Lo peor de este asunto es que yo no tengo capacidad para fastidiarle ningún concurso. Le envié una carta hace cinco años para mandarlo a paseo, harto de sus presiones. Como supongo que no está acostumbrado a tanta sinceridad, imagino que el odio y la rabia proceden de ahí: hay uno en la ciudad que no le suplica por su vida; ha de ser que el cacique no se lo puede permitir. El concurso lo perdió él con sus paranoias. Porque trató al gobierno de Clavijo a su manera habitual: con desdén, desprecio, editoriales que eran puro chantaje, escritos de escritores lamentables insultando a un gobierno democrático…, eso durante tres años. Hasta que Clavijo decidió retirarle los privilegios, amplios y generosos privilegios. Y Clavijo también lo tenía claro: este señor no está bien de la cabeza…
Juan Francisco García González es un hombre enfermo, como media Canarias sabe. Se comporta como un sociópata y, a veces, como un psicópata, incapaz de mantener una relación normal y sana con su entorno. Es una persona cuyas capacidades intelectuales están seriamente debilitadas para tomar decisiones. Lo he visto, lo he vivido, pocos lo conocen como yo. Esa es la impresión que comparten muchos que lo han tratado, o lo tratan. Su intachable inmoralidad solamente se justifica por su incalculable codicia. Es la codicia, y sus alas perturbadoras, lo que contamina al personaje y todo lo que toca. Ese es su legado.