No me hables de elfos; los elfos tienen su propia dinámica y su propio dios; no conocen lo que es la muerte, son eternos, y sus fobias y sus acciones duran para siempre
Francisco J. Chavanel
Varios medios de comunicación nacionales se han llevado últimamente las manos a la cabeza por lo que ellos consideran una clara depravación de la Política. Ponen el acento en lo sucedido en Murcia, la moción de censura fracasada para atacar el Gobierno de la Comunidad, y la secuencia posterior de compra de voluntades de representantes de Ciudadanos, las réplicas de las elecciones en Madrid, y las otras censuras en Castilla y León y en la capital murciana.
Hay que señalar que pusieron el acento de su crítica un día y, al otro, ya estaban en otra cosa. En este país la libertad de expresión hace tiempo que se tomó unas vacaciones, no sea que las prédicas no agraden en la cripta de algunos partidos, sobre todo en esos que tienen que decidir cosas sobre el funcionamiento de determinados consejos de administración de determinados medios de comunicación.
Son malos tiempos para la libertad y malos, por lo tanto, para los medios que tienen la obligación de informarnos. A veces, mirándoles escrupulosamente, advierto en mí una cierta aprobación por el uso de tanta inteligencia, de tanto lenguaje atravesado y anodino, para que nada estalle en su contra. La prensa está herida de muerte y a un muerto no cabe pedirle heroicidad alguna.
Casi nadie habla de las listas cerradas, del blindaje de los privilegios, de tantos sueldos y de tantos parlamentos, de tanta inoperancia pagada por unos ciudadanos con muchísimos problemas para sobrevivir.
Tenemos casi un millón de ERTE, medio millón de autónomos parados, y otros cuatro millones y medio en el paro oficial. En total, hay cinco millones y medio de personas que no producen y que el sistema debe sostener. A esa cifra hay que añadirle los tres millones de funcionarios que tenemos, no todos productivos. Unos cuantos están en nómina porque un amigo los colocó y casi nunca en su vida han tenido noción de responsabilidad o de trabajar para una comunidad. Algunos más trabajan telemáticamente. Lo último que sabemos del trabajo telemático es que cada vez funciona peor. El trabajador se siente fuera de juego, su rendimiento baja, y los escaqueos aumentan en aquellos que se sienten seguros e intocables.
Tengo un amigo que los conoce bien, que me suele decir al respecto: “No me hables de elfos; los elfos tienen su propia dinámica y su propio dios; no conocen lo que es la muerte, son eternos, y sus fobias y sus acciones duran para siempre. Resolver un problema élfico es una inutilidad, te lleva a ningún lado, a la impotencia, y a los deseos perversos de embrutecerte. Si un elfo va lento va a su velocidad, no tiene otra, no tiene deseos de tener otra, el tiempo para ellos no es parecido ni remotamente a la idea del tiempo que tú tienes; si no comprendes que el tiempo élfico es el tiempo que solo ellos pueden tener para perderse cuando las prisas de los demás se convierten en agitación, es que no sabes ni jota. Los elfos no son comprensibles. Son elfos. Una entidad diferente que solo existe en la burocracia”.
Mi amigo los conoce bien, ya digo, y los retrata con sentido del humor y con un barniz de cariño. Son elfos. Ya está. Esa es la burocracia. Criaturas que habitan entre nosotros sin estar conectadas a nosotros.
Bien, pues los elfos están de enhorabuena. Entendiendo que en ese mundo hay divisiones y subdivisiones, que hay machos elfos de la misma forma que hay interinos esclavistas y otros esclavizados, lo cierto es que nuestra dimensión burocrática es de las más amplias del mundo occidental. No solamente porque haya que sostener a 17 autonomías, que también, sino porque ha habido en el pasado mucho contrato gratuito que no atendía a las normas básicas de méritos, libre concurrencia y transparencia. Eran simplemente enchufes de los partidos políticos predominantes para colocar a gente suya en la administración y asegurarse un control parcelario del poder incluso estando en la oposición. Eso fue obra del bipartidismo y de los partidos nacionalistas. Apuntémoslo.
A lo que voy. Desde que empezó la pandemia, las fuerzas de la derrota, las fuerzas del paro, han aumentado peligrosamente; sin embargo, las fuerzas cuyo salario dependen de la iniciativa privada también han aumentado peligrosamente. Ahora mismo, hay más funcionarios que nunca. Con el cuento chino de que no hay personal especializado para gestionar tanta ayuda, la administración contrata y contrata que es un primor, lo cual no quiere decir que pueda que exista algún caso justificado, pero mucho otros son auténticos goles por la escuadra.
La administración no tiene tiempo para el reciclaje. A aquellos que no rinden se les deja a un lado y se les da licencia para que sigan vagueando con la tutela del sindicato de turno; y su trabajo lo hace un nuevo contratado -interino, por supuesto- que grava todavía más al sector privado, el mismo que en estos momentos sobrevive como puede y lo que puede lo hace con ayudas mortificantes, casi nimias, de la parte pública. Por si fuera poco, cada vez que pueden, los hacen pasar por delincuentes.
Lo nuestro no tiene solución. Es otro mundo élfico. Con sus propias normas y condiciones. Es magia, sobrenatural. En Canarias, en estos momentos, soportamos el sector público más bestia de todos los tiempos: 164.000 personas para una población de 2.200.000 personas. Todo este ejército es mantenido por las 525.000 personas que habitan en el sector privado. Desde que comenzara la crisis, 9.200 personas más cobran su nómina desde la administración pública. Esa es la tendencia. Cualquiera que sepa algo de matemáticas, atendiendo a la existencia de casi 400.000 parados en Canarias, sabe que las cuentas no cuadran y que esta tendencia, antes o después, se sustanciará con una quiebra. Los elfos son elegantes, hermosos y preciosos. Y gansos, vagos, irresponsables y egocéntricos. Y son carísimos. Más de lo que podemos soportar.
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