Francisco J. Chavanel
Hubo un tiempo en que los líderes políticos se elegían en función de los méritos adquiridos. El líder en cuestión tenía que haber probado en combate su valor y su inteligencia. Debía tener una carrera, preferiblemente de abogado, y debía de haber destacado en sus intervenciones intramuros con los militantes, fuera la organización de izquierdas o de derechas. El nombre, los apellidos, el abolengo, no servían de nada; lo único que convencía eran los méritos adquiridos.
En las primeras listas democráticas de Canarias aparecían líderes consolidados. Ahí estaban ya José Carlos Mauricio, José Miguel Bravo, Gregorio Toledo, Juan Rodríguez Doreste, Jerónimo Saavedra en la provincia oriental, y los Manuel Hermoso, Adán Martín, Oswaldo Brito, Segura Clavell, Angel Isidro Guimerá, en la provincia oriental. Todos guerreros sin antifaz, cada uno con sus cargas y sus pasados, todos deseando encontrar un lugar al sol en un sistema político cambiante, poco rutinario, y que exigía lo mejor de sí mismos.
Ayer despedimos a uno de los grandes políticos que ha dado esta tierra. Seguramente el más brillante y el más inocente, porque sólo a un espíritu creyente puede montársele una moción de censura cuando toda Canarias lo sabía. Ya lo hemos comentado aquí: Mauricio convenció a Hermoso y ahí empezó Coalición Canaria.
Los servicios prestados por Saavedra son innumerables. Su carácter dado a la templanza. Su prudencia. Su falta de arrogancia y de prepotencia. Su creencia absoluta en el diálogo, en establecer puentes y acuerdos, en hacer de la política un arte mayor donde todo es posible desde la comprensión y la solidaridad. Esta última palabra, por cierto, es suya. Solidaridad. Fue un invento para explicar que Canarias no eran siete peñascos aislados unos de otros. Que existíamos todos al mismo tiempo o no existíamos.
Hoy este planteamiento del hecho insular lo hemos acogido como propio, hasta el punto de que aunque el sistema electoral sea injusto ni siquiera las islas pequeñas sacan más partido del que debieran por su situación de privilegio en ese preciso instante de los comicios. Saavedra fue el primero que empezó hablar de una Canarias unida, junta, con problemas similares y regionales, de solidaridad.
Tan cierto como esto es que Hermoso entendió las características del sistema electoral como nadie y ahí edificó esa potencia ganadora que es CC. Desde la isla y no desde una visión global. Pero una vez conquistada la posición a CC no le quedó otra que evolucionar. El conocimiento del todo venció a las partes y hoy nadie puede decir que el partido nacionalista no tenga un visión global de la problemática del Archipiélago. Al final todos devinieron en saavedristas.
Jerónimamente, hubiera escrito el extraordinario poeta Manuel Padorno. El mundo funcionó en Canarias jerónimamente durante una buena temporada. Desde la política, desde el pensamiento, desde la cultura, y desde los derechos humanos. Era un gobernante con la mano ancha. No vigilaba gran cosa pero lo oía todo. Y poseía un respeto social que pocos presidentes han tenido. Cuento algo inimaginable estos días. Durante la legislatura 2015-2019 un periódico salió de cacería contra el presidente Clavijo, con la ayuda de algunos políticos zarandeados por la ira, y por otros con escasa visión de su futuro. Y también con la colaboración de algunos jueces y fiscales que practicaron lo que llaman ahora en Cataluña “lowfare” (activar a miembros de la judicatura para perseguir y acosar a políticos que no son de tu cuerda). La suma de unos cuantos vectores vinculados a la conspiración consiguió el milagro de descabalgar del Gobierno a CC.
Treinta años antes el mismo periódico, Canarias7, y La Provincia, protagonizaron una batalla campal como nunca antes se había vivido. Durante casi un mes las dos cabeceras utilizaron todo su arsenal en desprestigiar al contrario usando armas inmisericordes para ello. Hubo insultos, groserías, ataques impíos, kilos y kilos de detritus arrojados a la cara de sus principales responsables. Por vez primera la sociedad canaria adivinó los rostros de la codicia en Javier Moll de Miguel y Juan Francisco García. El presidente era Saavedra y mandó a parar… Y se le hizo caso. Todos frenaron mientras aún les brotaba la sangre por la boca. Saavedra llamó a su despacho a los generales y a los capitanes, y logró que bajasen el fuego, que entendieran que su labor era institucional, y que como periódicos no podían dar ese ejemplo a la sociedad. Hubo otras guerras posteriores y volvió a correr la sangre hasta que García fue desalojado de La Caja por otra conspiración entre Mauricio y Editorial Prensa Ibérica, pero entonces no había un Saavedra que socorriese, no había nadie en la sala de máquinas que tuviese el poder de unirlos a todos.
La anécdota ilustra al personaje. Inteligente, intelectual, amante de las buenas conversaciones, vitalista, afectuoso, con un extraordinario sentido del humor, alguien curioso y con los ojos siempre abiertos dispuesto a aprender algo cada día. Estuvo como un reloj hasta el final. Preciso, lúcido y consecuente. Con 87 años. Sabiendo perfectamente lo que se sancochaba en la política nacional y local. Y, por supuesto, muy poco de acuerdo con las mañas últimas de Pedro Sánchez. Uno socialdemócrata, el otro oportunista de izquierdas. Asombrosamente Sánchez lo reverenciaba y atendía a sus razonamientos, aunque con poco éxito.
Se nos ha ido un fuera de serie. Particularmente le tenía en alta estima y esa estima crecía con los años. Es muy difícil encontrarte con una persona de tan elevados conocimientos que esté dispuesto a compartirlos con los demás. Era generoso y comprometido. Y muy valiente. Luchó contra el qué dirán hasta que los que lo decían lo abrazaban y lo entendían. Un espíritu libre que entregó lo mejor de sí mismo -que fue un caudal intangible- a la sociedad canaria. Puede irse en paz el señor Jerónimo Saavedra, con la conciencia tranquila, y cumpliendo bastante más allá de lo previsible. Modernizó Canarias, la hizo digerible, la hizo país, música, y el centro de la libertad, y todo eso jerónimamente.
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