Francisco J. Chavanel
He dicho aquí en varias ocasiones que el principal problema al que nos enfrentamos como humanidad post-covid es a la desigualdad… La desigualdad va creciendo crisis a crisis, las diferencias entre unos y otros son cada vez mayores y eso genera desesperanza, frustración y, antes o después, violencia.
Digamos que la democracia está en un serio brete, porque es incapaz de contener algo que corrompe sus raíces. Todo aquello que se fundamentó después de la Segunda Guerra Mundial está siendo demolido día a día y, al parecer, no hay nada ni nadie que sea capaz de frenarlo.
Es posible que lo que estemos viviendo sea una Tercera Guerra Mundial. La gente muere todos los días, el virus muta y se convierte en una pesadilla mayor…, en estos momentos ya no se puede asegurar al cien por cien que las vacunas sean la solución…, al menos estas vacunas. Apenas hay margen para un respiro, o para algo cercano al optimismo. La gente empieza a saber lo que es una depresión, vive incomunicada, en plena soledad, errática y preguntándose cuándo terminará esta anormalidad.
Nos dijeron que esto duraría como mucho hasta el verano de 2020, pero es evidente que nos hallamos ante una asignatura nueva que nadie en el planeta había vivido, analizado o estudiado. Tantos errores de reputados profesionales solo se pueden comprender desde el desconocimiento. Están perdonados, por supuesto. Esto nos supera a todos… Ahora, en este instante, nuestros dirigentes nos dicen que hay que aguantar hasta septiembre de 2021, el tiempo que tardarán en poner las vacunas precisas para que estemos inmunizados.
En realidad, tampoco nadie lo sabe. Como ya dije antes, el virus muta y ya hay demasiadas cepas que tienen su propia personalidad. Todas tienen en común que se esparcen con mayor velocidad, que hay mascarillas que no protegen de sus efectos, que contagian con tal facilidad que es prácticamente imposible contenerlas… Por si fuera poco, algunas de esas cepas pueden ser indetectables para las vacunas actuales, con lo cual habría que empezar de nuevo.
Todo esto nos lleva a concluir que el tiempo, el uso del tiempo, la celeridad en el avance de las vacunas es esencial si se pretende alcanzar una cierta inmunidad. Y, desde luego, desde esa premisa, septiembre está demasiado lejos. Todos los países debieran llegar al acuerdo de acelerar al máximo el proceso y que los laboratorios estén a la altura del problema que sufrimos.
De las dos peticiones, una es resoluble: la que compete a los distintos gobiernos; si ellos quieren, se puede doblar, triplicar, cuadriplicar o multiplicar por diez la velocidad actual. La de los laboratorios es más compleja. Sencillamente, ahora mismo dan muestras de no poder seguir el ritmo. Si eso ocurre, lo que puede suceder es que, en septiembre, todas las economías del planeta estén en un estado de bloqueo absoluto, que el nivel del paro sea un maremoto, que muchísimas empresas hayan tenido que cerrar. O sea, o se dan prisa en lo que interesa, que es esto que estamos comentando, o septiembre será un gran entierro.
No me apunto al apocalipsis; lo que cuento es una pequeña parte de la realidad. No soy político, no juego con ustedes, no me permito la banalidad de jugar a dar esperanzas falsas.
Y mientras esto ocurre, otros, con fortunas envidiables, hacen lo que hacen siempre: aprovecharse de esta desgracia descomunal para hacerse rico de una vez, o bien para ampliar sus magras fortunas. Y aquí pasa con el virus: no hay nadie con capacidad suficiente para frenar este empobrecimiento masivo. Cuando fue la crisis de 2007, ya hubo una transferencia de la zonas populares a las ricas de casi un 20%. Un verdadero desastre… Ahora, vuelve a suceder. Las desigualdades aumentarán extraordinariamente mientras nos empachamos con la palabra “igualdad”. Ningún ser humano vale mil veces más que otro. Acepto que la aportación de unos cuantos es nula, mientras que la de otros cuantos es fundamental. Pero eso no es lo habitual: lo habitual no son distancias siderales entre unos y otros y justamente para evitar el envilecimiento de una clase dominante sobre otros se creó esto que llamamos “democracia”.
Igual algún día nos percataremos de que fue la globalización la que se cargó la democracia. La globalización está en la génesis de la crisis de 2007 y es la clave de la propagación musaráñica del virus. Y, además, la globalización es la que permite la existencia de empresas que tienen más poder económico que la mayoría de las naciones del planeta y la que permite que, en este instante, estén diseñando el futuro de cada uno de nosotros.
Lo pueden hacer perfectamente. ¿Quién podría impedírselo?… Desde sus castillos y su intocabilidad, están midiendo exactamente dónde les llevará la nueva fortuna que están adquiriendo gracias a la desgracia de la mayoría del planeta. Es interesante que dejan de hablarnos de fraternidad, libertad e igualdad. Ya forma parte del mundo de los sueños. Vivimos dentro de una formalidad, un canon establecido, una mentira repetida mil veces.
Es conveniente que reflexionemos sobre esto, que nos percatemos de que nos estamos jugando algo radicalmente fundamental, de que nuestra existencia está empeorando progresivamente y de que será muy difícil volver a ese lugar donde vivíamos tranquilos. Mientras rezamos por nuestras vidas y por las de nuestros seres queridos, lo que está cayendo es el estado del bienestar. Y cuando ese logro caiga, no habrá ni fraternidad, ni libertad, ni igualdad. Seguramente estaré equivocado.
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