Francisco J. Chavanel
Yaiza Sotorrío tiene motivos para llorar y para reír. Ayer lloró mucho, emocionadísima, y rió mucho, liberada de la extrema tensión que ha sufrido a lo largo de tres años interminables.
Ese vaivén emocional retrata a una mujer a la que han querido arrebatarle la condición de ser humano. A la que el machismo ha cosificado y tratado como una señora dedicada a la conspiración, que no ha tenido el menor reparo para introducir el sexo en sus movimientos.
Una parte importante de Fuerteventura la dejó sola, tirada, sin amigos, y sin vasos comunicantes sociales. Puede que cometiese un error al querer dedicarse a la política en un lugar tan cerrado. Fue en la misma lista que su agresor, José Juan Herrera Martel, hijo de un macho alfa local, José Juan Herrera Velázquez, historia viva de la antigua Asamblea Majorera y su refundación dentro de CC.
Los electores lo eligieron a él mientras ella no pasó el corte. Herrera la contrató en calidad de asesora. Era el pacto preelectoral que existía entre ellos. Desde el minuto uno él fue su acosador. Lo vieron todos en el complicado pacto de gobierno que se formó. Nada menos que cinco grupos para “desgobernar” la capital majorera. La izquierda se unió. Desde la más centrada a la más radical. Allí estaban, y están, PSOE, Unidas Podemos, alguna de sus ramificaciones, partidos enanos cuya caducidad está a la vuelta de la esquina, partidos progresistas, de los que se ponen al frente de la manifestación cuando llega el 8-M, cuando hay que tener orgullo en el Orgullo, los que vomitan con el patriarcado y sus consecuencias, los que defienden la igualdad de género, de sexos, la ley trans, la ley contra el acoso y el abuso sexual, los que defienden familias distintas, semiabiertas, abiertas, con la inclinación sexual que deseen sus miembros.
Era imposible no contemplar el acoso de Herrera a Yaiza Sotorrío. Era un escándalo muy visible que convenía no comentar no fuera a ser que el pacto saltara por los aires… Y si saltaba por los aires tantos intereses que se habían fabricado, tanta gente colocada en el pesebre, tanto negocio revoloteando, tanta y tanta comisión y tanto ataque a los presupuestos, se acababa de repente. Se corría un serio riesgo de que fuese la derecha quien controlase la fiesta.
Decisión: invisibilizar a Yaiza Sotorrío. Fue una decisión de la que fueron igual de responsables hombres y mujeres dedicados a la política. Los patriarcas hicieron lo de siempre: tratarla de “promiscua”, dar a entender que ella se lo había buscado por jugar con fuego; y las mujeres se dejaron sobornar por el poder que ya sostenían con sus “manos revolucionarias”. Qué angosto el silencio en Fuerteventura, qué tristeza con el silencio cómplice de la consejera de Asuntos Sociales, Noemí Santana, feminista de calendario, y de sus principales colaboradoras, míticas referentes…, y el escrupuloso y serenísimo silencio de Victoria Rosell, delegada del Gobierno central para este tipo de asuntos, o el de su jefa, Irene Montero, autora de leyes que van a transformar la visión de lo femenino sin hablar con nadie que represente a esos distintos tipos de visión. Montero, en este caso concreto, tuvo la visión de la ceguera. Cuánta cobardía la de tantos hombres, cuanta cobardía la de tantas mujeres que actuaron exactamente igual que los machos cuando se trata de liderar los “ejércitos de salvación”.
Cuando se publicó el pelaje de los mensajes recibidos por Yaiza Sotorrío, ¿alguien tuvo alguna duda de que era un caso claro, nítido, de acoso sexual? ¿Dónde estaban las cortinas de vidrio, la embriagante desnudez de lo incierto, dónde la confusión?
José Juan Herrera escribió el 29 de junio de 2019: “¿Puedo decirte algo y no te enfadas?”, “te estoy echando los tejos ¡estás tremenda!”, “¿desde cuándo no echas un polvo?”, “si tú y yo quisiéramos algún día echaremos un polvo…”, “¿eres abierta en la cama?”, “pero, escucha, me encantas, tienes mucho morbo y quería saber cómo eres”, “¡compañera, molas mucho!”, “¿te has enrollado con alguien a simple vista? ¿harías el amor con alguien que te guste la primera vez, sin reparos?”, “¿y qué te gusta hacer?”, “responde, sé franca, ¿lo harías en el despacho?”, “ahora que vamos a ser compañeros cuatro años me gustaría hacértelo en el despacho”, “tú sabes que vas a acceder, porque te va a poner, y yo con mi calor te voy a derretir”, “disfrutarás como una loca”, “podría follarte en el despacho, sería la leche porque me correría dentro”…
José Juan Herrera escribió el 5 de julio de 2019 a eso de la medianoche: “He pensado que mejor en el despacho no, porque se ve hasta el Cabildo”, “necesitamos más intimidad”.
José Juan Herrera escribió el 11 de julio de 2019: “Eres seca y arisca, sólo dame esperanzas, me gustaría abrazarte”.
José Juan Herrera escribió el 18 de julio de 2019: “Yo te daba terapia buena para que te quedarás relajada”, “sólo debes preocuparte de mi aguijón”.
José Juan Herrera escribió el 23 de septiembre: “Estás buenísima pero eres fría; mala suerte la mía porque te tengo al lado y nada de nada”
José Juan Herrera escribió el 20 de junio de 2020: “Vale, vale, lo tuyo y lo mío…, ¿en qué quedamos: follamos o no follamos?”
La jueza Alicia María Buendía Fleitas, magistrada juez del Juzgado número 2 de Arrecife desarrolla durante cuarenta páginas de sentencia el recorrido sinuoso del acoso. Desde las frases remitidas por Herrera a sus consecuencias. Sotorrío fue primero acosada y después amenazada con el despido, hasta que finalmente la echaron. Se la fue alejando de su trabajo, se le practicó una suerte de mobbing, los elogios trucaron en críticas, hasta el alcalde intervino a petición suya para calmar a su agresor. Cuando la situación llegó a su límite y Herrera era un caballo desbocado en pos de materializar su objetivo a cualquier precio, Sotorrío acudió al juzgado.
Esa acción la blindó cara al exterior. Alcanzó el respeto social, aunque nadie le dijo nada. Más que respeto, miedo. El periódico La provincia publicó con todo detalle los correos de Herrera. Fue una ayuda intangible para su causa. Nosotros la hicimos nuestra. Tuvimos claro desde el minuto uno que era un caso de libro. Ayer la llamé para saber cómo estaba. Mi sorpresa fue que no conocía todavía la sentencia que le devolvía la credibilidad que le habían arrebatado. Estalló en sollozos. En cinco minutos ya tenía la sentencia en su mano. Estuvo casi sola hasta el final.
La valiente sentencia de la jueza Buendía, con esos 40 folios dedicados a contar con todo detalle el suceso, condena a Herrera Martel a la pena de cárcel durante cuatro meses y al pago de una multa de 3.000 euros. Puede parecer escaso. Esto, situándolo en Fuerteventura, con una jueza, mujer además, prácticamente enfrentándose a una tribu de cromañones, con todos los medios locales, sin excepción, aplastando a Sotorrío con sus mentiras y sus medias verdades, es una gesta, como alcanzar el Everest, como hallar la vacuna definitiva del Covid.
Herrera, el acosador, pagará los 3.000 euros y eso no le creará ningún agujero económico. Tampoco irá a la cárcel, pero su comportamiento ha merecido una severa condena que debiera apartarle de la política.
En la sentencia se echa de menos el alejamiento físico del culpable. Si los dos viven en la capital majorera se van a tener que ver por narices. Me parece que Sotorrío debe reclamarle esta consideración a la magistrada.
Se ha hecho justicia; justicia para los débiles, justicia para los que la necesitan. Brindo por Yaiza Sotorrío, por su ejemplo y por su integridad, brindo por los “finales felices”, brindo por que ese “final feliz” no sea el mismo que el caso Nevenka, cuando fue ella, la víctima, quien tuvo que abandonar el país. Y brindo, sobre todo, por esa ola femenina y feminista, apoyada por hombres justos y mudos, que sean capaces con dignidad, y con ese palacio infinito que es la reparación del daño causado, abrazar y respetar a Yaiza Sotorrío en un acto de amor a uno mismo, a su naturaleza humana, a sus parejas, a sus amigos, y a sus hijos.