Nuestra principal fuente de recursos está cerrada. El turismo no existe. Los hoteles se cierran y los que se abren son para albergar migrantes, un contrasentido en una autonomía que vende felicidad en la tierra.
Francisco J. Chavanel
Con todo lo que sabemos nadie puede creerse que la invasión de cayucos y pateras que sufrimos en Canarias sea una pura casualidad.
Ya son casi de 13.000 migrantes los que han llegado a las Islas de forma irregular desde que el año comenzara y por mucha pena y conmiseración que nos causen no podemos dejar de pensar que alguien se está riendo de nosotros.
Ya sé que habrá justificatodo que dirán que fue una coincidencia, rara pero coincidencia, y que si llegaron con mayor frecuencia cuando estuvieron en Canarias los ministros Escrivá y Marlaska es porque el tiempo en esos días era una maravilla, que la mar estaba como un plato y que todo era una invitación para huir de la África triturada por el hambre.
Imposible de creer. Ha habido muchos días al año estupendos. Muchos. Muchos que eran una invitación a pegarte un salto, a huir de la flagelación, del miedo, y de las dictaduras que tanto se mencionan y, sin embargo, no vinieron esa cantidad salvaje de 1.000 migrantes en una oportunidad, y 2.000 en la segunda.
Los migrantes no controlan nada sobre su existencia. Algunos huyen de verdad de todas las epidemias posibles; otros sólo huyen de Marruecos, que es otra forma de huida y de vida, algunos parecen que están dopados para huir, que se les paga para marcharse, que se les ayuda para que no hagan bulto, que se les engaña con la visión de un paraíso utópico en Occidente.
No pueden obligar al pueblo canario a ser el más solidario del mundo. Es una obviedad que Marruecos alienta, fabrica, y genera las mafias. Que es su monarquía la que le pone un precio al hambre y la que utiliza Canarias -como antes ocurrió con la crisis del tomate, las aguas territoriales, las presuntas piedras preciosas que se esconden en nuestros volcanes submarinos- para sus propósitos. Hablamos de una extorsión, de un fraude, y de un chantaje que dura lo que dura la democracia española. Y que si somos nosotros las víctimas a España le importa menos, España pone gesto de preocupada pero no demasiado, España se presenta en Canarias por el qué dirán pero no trae solución alguna.
Puedo fijarme también en algún líder canario que ha hecho de la palabra solidaridad un futuro de oro. Ha ganado más con esa palabra que en una lotería. Y todo lo que ha hecho ha sido escurrir el bulto y ser un colosal insolidario con la plaga que nos asuela.
Es una plaga y no hay más. No cabe eufemismo para ocultar la realidad. No es que los queramos o no. No es un problema de xenofobia o no. No es racismo, no es amar u odiar a los que no son como tú. Nada de eso tiene que ver con lo que sucede. Es que Canarias, sencillamente, no se lo puede permitir. Es la economía más golpeada por la pandemia con diferencia sobre las demás. El hambre ya ha entrado en muchas casas; o la indignidad de levantarte y pasarte unas cuantas horas en una calle, en la que todo el mundo te ve, para poder comer. Estamos en el corralito, donde unos se piden favores a otros para subsistir; donde apenas se cobra el ingreso mínimo vital, donde nuestros mayores mueren en la cola de la dependencia, donde nuestra gente muere mucho antes de ser sometida a una intervención quirúrgica.
Nuestra principal fuente de recursos está cerrada. El turismo no existe. Los hoteles se cierran y los que se abren son para albergar migrantes, un contrasentido en una autonomía que vende felicidad en la tierra. La felicidad no tiene nada que ver con el sufrimiento, ni con las reivindicaciones de gente que huye de países con paranoia, con países dictatoriales o países en guerra. Si eres alguien que entregas tu vida a cuidar de la felicidad de otros, no puedes dedicársela a la infelicidad. Y menos cuando no hay medios, cuando el Estado te condena a una humillación permanente, a mostrar la degradación humana bajo una carpa, a no disponer ni de albergues, ni de centros adecuados, ni de personal, y cuando todo es una carga suplementaria para el personal sanitario -ya, a estas alturas, muy agotado- para la policía, para la guardia civil, para la Cruz Roja, todo el rato, para colmo, expuestos a ser contagiados por el Covid.
Porque los que vienen no vienen libres de taras. Algunos vienen con el Covid, con la posibilidad de enfermarte, y de crearte problemas en tu vida cotidiana. Ya ha ocurrido. Ya se han contagiado. Algunos no han podido ver a sus familias un mes entero.
Estamos enterrados en una prisión de silencio. Las fuerzas del orden -manipuladas con saña por una clase política sin alma- no pueden hablar, el que lo haga se juega la cabeza. El personal sanitario lo mismo de lo mismo.
Cualquiera que levante la cabeza y diga lo que está sucediendo será acusado de nazi, retrógrado, xenofóbico y racista. Se dirá de él que va contra la raza humana; se dirá de él que es un supremacista, un blanco arrogante y un ser sin sentimientos. No podemos hablar, nos lo han prohibido, todos estamos bajo sospecha si decimos lo que pensamos. Una izquierda radical, ignorante y violenta, pone las condiciones sobre lo que hay que pensar y lo que no.
Y ya va siendo hora de que lo gritemos. Están jugando y están acabando con nosotros, sepultándonos en su propia impericia. Es su impericia y su falta de gestión lo que los hace a ellos racistas y xenofóbicos, puesto que no hacen nada válido para resolver el problema. Canarias no puede ser la base del vómito de África, ni el escenario de una sórdida batalla de Marruecos contra España.
Que nos dejen fuera, que no nos toquen, que no vengan a vernos, que no se preocupen de nosotros, que no nos dediquen palabras amables los que no mueven un dedo, y que se los lleven. Que se los lleven tal como dice la ley. No se pide nada que no esté en la ley. Eso no es racista ni xenofóbico. La ley contempla su ausencia de nuestro territorio porque es consciente que una alta concentración de migrantes fomenta el estallido de la población. Cumplan con la ley, respétennos, no nos transformen en la fiera calculadora y sangrienta que ya es usted.
No los queremos. Hemos hecho ya mucho, demasiado. Este no es su lugar. Llévenselos. Ustedes, con su abandono, con su fariseísmo y su hipocresía, demuestran quiénes son aquí los auténticos racistas. Son ustedes los que no quieren a los negros en el territorio que controlan. Son ustedes quienes nos señalan pero los esclavistas, hoy, en el día de hoy, son los que ordeñan a la madrastra España, esa izquierda débil, oportunista, mentirosa, y con escasa capacidad de gestión, que gobierna la metrópoli.