«Los políticos niños»

Francisco J. Chavanel

1.- Todos los que hemos votado a Luis Ibarra y hemos hecho el tonto

Cuento mi caso particular. He votado a Luis Ibarra al Cabildo de Gran Canaria y a Augusto Hidalgo al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. Paso porque Hidalgo se apoye en un tripartito de izquierdas y que con él estén la vieja Nueva Canarias y Podemos. Me parece lógico: han protagonizado una legislatura de supervivencia donde la mano izquierda de Hidalgo ha sido clave; ha evitado dislates mayores, salvo las escenas cómicas producidas por su obsesión por el sistema nervioso circulatorio, carriles bici en concreto, colocados en lugares inverosímiles.

He votado a Ibarra por varios factores: a) es un buen gestor, lo hizo estupendamente en la Autoridad Portuaria y también cuando estuvo en el Cabildo con José Miguel Pérez; b) es un ser que transmite tranquilidad, es hasta cierto punto normal, no levita, no se sube por encima de las nubes, es capaz de hablar y de entenderse con personas de todas las ideologías, no es sectario, por lo tanto es alguien fiable; c) Antonio Morales ha sido una excrecencia de la democracia: un incompetente y un bochornoso dueño del latifundio, cuyo mandato significó un atraso profundo para una isla que pretende situarse en la vanguardia y es la cuarta de siete en el PIB; y d) habiendo que elegir entre él y Marco Aurelio Pérez, muchos pensamos que la opción más segura era la de Ibarra ya que el PP estaba en caída libre con Casado.

Pues nos equivocamos. Nos engañaron. Cuando el PSOE hace el trueque del Cabildo, entregándoselo completamente a Morales a cambio del apoyo de la vieja Nueva Canarias al Gobierno, lo que estaba haciendo era tomarles el pelo a los 90.000 individuos que, o bien votaron a Ibarra por convicciones políticas, o bien porque era el hombre destinado a terminar con la dictadura de Morales. 90.000 personas son muchas; casi el doble de los comicios pasados. Entre ellas está la Confederación de Empresarios, que recomendó el voto para el PSOE, abundantes empresarios y trabajadores del Puerto de Las Palmas, distintos colectivos, unidades familiares y estúpidos como yo que aún creen en cierta moralidad por parte de una clase política que únicamente está pendiente de lo suyo y de traficar con el voto de la gente para venderlo como si fueran camellos de drogas duras; y está un sistema al que llamamos democrático, pervertido por aquellos que elegimos y que convertimos en representantes de “sus” asuntos.

Luego tienes que escuchar cosas como esta: nosotros no hacemos pactos en cascada porque está comprobado que son un error. Vale. Muy bien. La derrota en una noche crepuscular, surrealista y diabólica en Santa Lucía de Tirajana, dándolo todo por nada (Fortaleza, CC, logró la alcaldía gracias a una anomalía matemática), forma parte de un pacto en cascada, de un terror congénito que hizo temblar al socialismo durante un par de días ante la eventualidad de que la vieja Nueva Canarias se pasara al pacto de derechas. Y, de hecho, lo estuvo. La presencia de Román Rodríguez y de Carmelo Ramírez en la reunión del pacto de derechas del mediodía del viernes 14; ese momento histórico en el que el PP lograría por vez primera la Presidencia del Gobierno de Canarias, ese momento planetario en el que Asier Antona sería ungido gracias a los votos de CC, Ciudadanos, ASG y la abstención de la vieja Nueva Canarias que, a cambio, obtendría la presidencia del Parlamento para Román, el compromiso de CC y PP para sostener a Morales en el Cabildo y no tocar Telde ni Santa Lucía, ese momento, amigos míos, es impagable. Ángel Víctor Torres se vio en la calle, con todo el poder socialista transferido a Tenerife, Lanzarote, Fuerteventura y La Palma. Ese día, un eclipse de sol lo cegó todo: cegó al propio Asier Antona, incapaz de rematar su extraordinaria estrategia de infundir el temor en CC, de obligar a Clavijo a ir a Madrid y presentarle como alternativa ante la eventualidad de perder Santa Cruz de Tenerife, el Cabildo de Tenerife, el de La Palma y el de Fuerteventura. También ahí temblaron las piernas, los corazones volaron a mil por hora y fuimos espectadores de nuestra decadente y mezquina clase política fiándolo todo a los trueques y a los cambalaches.

2.- El ‘héroe’ de la izquierda

¿Cómo era posible que fracasara Asier en el arte de la negociación? ¡Me quieren controlar!, gritó. ¿Y qué esperaba de CC, después de 28 años de traiciones, negociaciones incomprensibles, engaños a los partidos centralistas, esa facilidad extraordinaria para mantenerse en el poder incluso en minoría? ¿Qué esperaba? ¿La rendición de Breda, un agradecimiento por ser tan bello o tan obtuso, un respeto que no se merecía por ser él uno de los grandes instigadores de las conspiraciones de la banda musical “Fin de ciclo”? Un político avezado hubiera asumido la Presidencia, las cuatro consejerías que le tocaban, hubiera cedido las otras ocho negociando sin demasiada intensidad, y luego hubiera utilizado el Boletín Oficial de la Comunidad a conveniencia. ¿Qué más pretendían Asier y sus asesores “pluscuamimperfectos” con once parlamentarios? Hubiera asaltado la Bastilla y hubiera tenido a CC colgando de un hilo en toda la legislatura por su dependencia en los Ayuntamientos de Arrecife y Santa Cruz de Tenerife -no se engañen: Ciudadanos es una continuación del PP; que nos cuenten Vidina Espino y Zambudio las conversaciones que mantuvieron a distintas bandas con Patricia Hernández, el citado Antona y Román Rodríguez-, además de los cabildos de Lanzarote, Fuerteventura, Tenerife y La Palma. No es poca cosa. Millones de hectáreas para un gobierno asimétrico para que la derecha se sucediera a sí misma durante diez años más. ¿Cómo no lo vio?

Nadie esperaba que Antona saliera de esa reunión del 14 de junio sin nada en las manos. No entraba en los cálculos. Ni siquiera en los de la vieja Nueva Canarias. Por eso estaban allí, de “libreoyentes”, Carmelo y Román, presidiendo el Parlamento y manteniendo cerca de sí el Cabildo de Gran Canaria y los Ayuntamientos de Telde y Santa Lucía. En esas horas bastardas, hay que mencionar el papel absurdo de CC. Si alguien debía de estar realmente interesado en que Antona saliera de allí coronado, eran ellos. No había suma alguna que les diese mayoría suficiente para gobernar sin el PP.

3.- El principal interesado de la coronación de Antona debía ser CC

CC y sus negociadores no estuvieron a la altura. El pacto posible, el mejor pacto posible, el que unía a nacionalistas con el Partido Socialista se había volatilizado meses antes, esencialmente a causa de dos vetos: el de Pedro Sánchez, que la había tomado con Clavijo después de sus múltiples reclamaciones por pactos cerrados con el PP, y el de Pedro Martín, secretario del PSOE en Tenerife, que había amenazado a Ángel Víctor Torres con irse al monte, creando incluso un nuevo partido, si un acuerdo con CC lo dejaba fuera del Cabildo, de La Laguna y de Santa Cruz. Los dos “pedros” mortificaron a CC hasta límites inimaginables, conduciendo a Clavijo hacia las garras del PP: no había salida.

Y sí, es cierto. Los que creen que las cloacas del PSOE se aplicaron en el “caso Grúas” con el objeto de destrozar al líder de CC, no se equivocan. Esa era precisamente su utilidad. El caso fue creado por la izquierda para que la derecha lo usase con sus famosas, narcisistas y autodestructivas “líneas rojas”.

Por eso la “presidencia” de Asier Antona llevaba consigo la retirada de Clavijo, que no supo encajar algo muy “coherente”: Ciudadanos no le permitía ser presidente con el caso Grúas de por medio, ni tampoco vicepresidente porque, en realidad, tanto la agitación de C’s como la del PP eran la misma, formaba parte de la misma identidad: no lograban romper exactamente como pretendían a CC con Clavijo vivo. Clavijo era un problema para la hipotética presidencia de Antona, por sus conocimientos, sus contactos, su superioridad intelectual pero, al mismo tiempo, era la víctima exigida por el lobby que había alentado la solución “fin de ciclo”, a los que Clavijo se enfrentó hasta detraerles 144 millones de euros del concurso televisivo. La comunidad fenicia dictaba sus órdenes. O la cabeza de Clavijo o nada. O se llevan por delante a Clavijo o no habrá paz en los cementerios. Ni Antona ni C’s jugaron limpio, ni CC estuvo a la altura de las circunstancias. Demasiados enemigos, demasiadas puertas cerradas para salir indemnes.

Con una soberbia impropia de la circunstancia que se vivía, CC se inmoló por no querer inmolar a su presidente en la hora justa. Cuando tenía que haber convertido a Antona en el rey bobo, cuando había abierto un camino con NC para tenerla bajo su control y así auspiciar una reunificación del nacionalismo, cuando había conseguido tener al PSOE de Ángel Víctor Torres fuera de juego e introducirlo en una crisis irreparable que, seguramente, le habría costado la cabeza, se puso en plan propietario del chiringuito con Antona, forzándolo a un pulso que su carácter impulsivo e indómito no iba a ganar, hasta estrellar las posibilidades de ambos en la pared.

Antona fracasó porque entre sus cualidades no está reconocer ni los pliegues ni la sutilidad de una negociación cuando se parte con desventaja, pero CC fracasó más al impedirle ser presidente: era la pared que necesitaba para blanquearse tras 28 años de poder, conservándolo casi todo y perdiendo aparentemente un joven presidente camino al exilio. Clavijo se lo había ganado con creces: había levantado demasiado polvo desde que le ganó las elecciones internas a Paulino Rivero. Demasiados enemigos por metro cuadrado, demasiada soledad en la recta final cuando ya casi no escuchaba a nadie. Ceder era un triunfo. Era el pasaporte para retornar por la puerta grande mientras los tuyos te guardan el coche.

Nunca debió firmar la reforma del Estatuto desprendida de los aforamientos. Era una trampa de la oposición. Le estaban diciendo que lo esperaban en el kilómetro 14. Un presidente avezado, por mucho que amara a su tierra, se habría enfrentado a esa oposición y se hubiera negado a firmar el documento hasta que ese asunto quedase muy claro. Lo firmó y ahí firmó su sentencia de muerte. Se sintió Superman, pero él mismo les había dado el arma definitiva, la kryptonita necesaria para ser destruido.

4.- La victoria de la izquierda es un regalo de la derecha

La izquierda no puede decir que ganó ni gracias a su unidad ni gracias a su talento superior. Casimiro Curbelo siempre estuvo unido a Clavijo y de la misma manera que CC fue torpe al defender a su presidente cuando tuvo que dejarlo caer en favor de ese caramelo envenenado que era la “solución Antona”, PP y C’s tuvieron un comportamiento muy elemental al intentar cargarse al único eslabón que mantenía el pacto latiendo. Casimiro Curbelo y Clavijo eran una sola persona fraguada en las adversidades y en la fidelidad. Matar a uno suponía matar al otro. Curbelo “murió” cuando supo que su amigo no seguía en el Ejecutivo ni tenía opciones reales de gobernar.

La llamada de Antona a Curbelo, impelido por la rabia al comprobar que Australia Navarro se había colocado como “presidenciable” por el apoyo de CC (ciego yo, ciego tú), fue un disparo que resonó en la estancia del PP, de C’s, de Casimiro y de CC. Nunca una llamada de móvil fue tan letal. Ese instante, atado a un tiempo que nunca desaparecerá de nuestra memoria, la llamada de un hombre desesperado que había perdido su sueño, la abisal deslealtad de alguien que convirtió su batalla contra Clavijo en algo personal y hueco. La llamada del asesino, la llamada del ejecutor, la llamada que recibe el único que no iba a perder en medio de la tremenda balacera cambia el destino, cambia la suerte, troca a los perdedores en vencedores y en vencedores en perdedores.

Esa llamada hace que la política sea humana y eventual. Tal vez nuestros políticos estén demasiado humanizados y por eso odian y aman con la misma pasión que nosotros y cometen errores como cualquiera de nosotros. Son individualistas y, por ende, inconscientemente mortíferos. No parecen representar a organizaciones que, a su vez, representan un montón de aspiraciones y reivindicaciones. Una llamada para hundirse a sí mismo que es una bomba de racimo contra la organización que presides no estaba en el guión. Al final, protagonista y antagonista, Antona y Clavijo, solo se salvaban ayudándose mutuamente. Me temo que ya lo han comprendido, ahora que la izquierda piensa dedicarle un panteón a Asier, lleno de flores delicadas, con una estatua en la entrada y con el “Réquiem” de Mozart sonando cada hora y el “Yesterday” de Los Beatles a las doce en punto de cada noche.

Los políticos contemporáneos son como niños caprichosos que se niegan a crecer. Cumplen años, parecen adultos, pero en el fondo de sí mismos sigue habitando ese pequeño gnomo que se niega a crecer; ese protagonista de “El tambor de hojalata” que se queda enano, niño, amante de la ingenuidad y de un paraíso que solo existe en su mente. Fracasan porque no interpretan sus pulsiones correctamente. Ninguno de ellos le hubiese aguantado un asalto ni a Lorenzo Olarte, ni a Hermoso, ni a Saavedra, ni a Juan Carlos Alemán, ni a Ucelay, ni a Mauricio, ni a un Bravo en vanguardia. No les falta conocimiento: les falta arquitectura del sufrimiento, sabiduría de la calle y medir el tamaño exacto del ring.

Mientras, yo me sigo preguntado qué hicieron con mi voto a Ibarra si no les di permiso alguno. ¿Por qué se tomaron la libertad de prostituir mi papeleta y entregársela a ese alienígena que chanchullea amurgas, hurta ayudas en las residencias de mayores y cuyo cerebro pleistocénico es la envidia de los primeros primates sobre La Tierra? ¿Cuántas personas pensarán lo mismo que yo? Que sepa el “sistema democrático” que en mí probablemente anide un votante que se abstenga para la próxima. Y, quizá, para siempre.