«Trump: la civilización en el acantilado»

Francisco J. Chavanel

La primera impresión que se aloja en el lector tras navegar en las profundidades del último best seller de Bob Woodward es que, en efecto, el mundo vive sobre un acantilado, un continuo vaivén en manos de personas sin capacidad o sin sentido de la responsabilidad, que en cualquier momento conseguirán hacerlo descarrilar de sus vías y conducirnos a una situación gravísima de carácter irreversible. Esa es la primera impresión y la que se mantiene durante la lectura del libro.

Miedo es la palabra que utilizó Donald Trump cuando hace unos años le preguntaron qué era para él el poder. “El poder es causar miedo a los demás”, dijo. Es muy posible que lo esté logrando.

Woodward, que ya firmara todo lo relativo al caso Watergate con su compañero Carl Bernstein, es toda una autoridad periodística en Estados Unidos. Ha seguido los pasos de nueve presidentes, ha publicado 18 libros que han sido éxitos de venta, es un tipo que merece crédito porque lo que cuenta se basa en muchísimas fuentes, todas ellas relevantes, todas ellas grabadas, aunque sin permiso de hacerlas públicas pero con la obligación de ser lo más preciso posible con las opiniones facilitadas por esas fuentes. Con todo ese material, ha publicado “Miedo. Trump en la Casa Blanca”, que a mí me parece una obra capital para saber cómo se toman decisiones claves para el planeta por parte del presidente Trump.

Solo contaré lo que sentí al leer el capítulo uno: pasmo, un pasmo asombroso; algo de mí se quedó congelado e inerte; no lo entendía.

Trump es ese tipo de persona que está muy seguro de tener razón en todo. No escucha a nadie, salvo que alguien le demuestre mayor poder físico que él… Está poseído por una extraña lógica: en todos los convenios internacionales -en todos, no en algunos-, Estados Unidos pierde dinero y ese dinero hay que recuperarlo como sea. No hay convenio firmado por Estados Unidos que, según él, le sea favorable. De ahí salta al proteccionismo y toda esa arenga de “Norteamérica es para mí lo primero”. Los demás países sacan más provecho que la nación que representa, pese a que China tenga comprada más del 50% de su deuda pública, o que otras naciones le garanticen paz e influencia en sus respectivas zonas a cambio de un acuerdo comercial.

Pues bien: estamos con el acuerdo comercial de Corea del Sur. Estados Unidos paga a 15.000 soldados que habitan esa área estratégica y paga unos 1.000 millones de dólares al año por el citado acuerdo. A Trump, desde que llegó a la Casa Blanca, le pareció mal. Dio órdenes para romperlo. No una vez sino varias.

De nada sirvieron las explicaciones de sus principales consejeros que lo colocaron ante una dura verdad, de esas que a Trump le cuesta comprender. Le dijeron: “En realidad no pagamos 1.000 millones por un acuerdo comercial; lo pagamos por una información básica para nuestra seguridad. Corea del Sur está implicada con nosotros en informarnos del segundo preciso en que el dictador de Corea del Norte, Kim Jong-un, lance un misil contra nosotros. ¿Sabe, presidente, en cuánto tiempo alcanzaría el misil coreano tierra norteamericana? ¡En quince minutos!… ¿Y sabe en cuánto tiempo podría informarnos Corea del Sur? ¡En 7 minutos! Es decir: gracias a la colaboración de Corea del Sur tendríamos 8 minutos para destruir el misil, cosa que conseguiríamos… ¡Si usted se carga ese tratado, lo que pone en peligro es la seguridad nacional!”.

Ni caso. Un Trump incendiado no dejaba de pensar en esos enanos coreanos que se “llevan la pasta” de los Estados Unidos por la cara. Woodward relata con precisión milimétrica lo que ocurrió a continuación. Dos personas, dos consejeros, dos pesos pesados con muchos años de experiencia en la administración, se encargaron de sustraer el documento del portafolios de firma antes de que Trump lo rubricara. Lo escondieron y se lo dieron a Woodward, que lo publicó en su libro.

Lo hicieron justamente para salvar a su país. Y varias veces. Cada vez que Trump volvía al acuerdo con Corea del Sur, ordenaba que se redactase sobre la marcha un borrador y el borrador, al final, nunca aparecía. Alguien próximo a él lo había sustraído.

Es imposible que el mundo funcione así, ¿verdad? ¿El planeta en manos de un ser impulsivo, incapaz de meditar sus decisiones, que fustiga a sus colaboradores con insultos y pésima educación, alguien irresponsable, victimista y digno de que lo encierren en el manicomio?

Los colaboradores de Trump definen su día a día como “estar todo el tiempo sobre un acantilado, a punto de caer”. Intentan convencerlo, persuadirle a base de razones convincentes de que no haga esto o aquello. No siempre lo consiguen.

¿Se imaginan a toda una administración puesta de acuerdo para vigilar a su presidente, cuyas acciones son inimaginables, y cuyas consecuencias podrían llevar al planeta hacia su desaparición?… Da miedo, un miedo profundo e irracional… Bien, pues esto es lo que cuenta Bob Woodward en su último libro sobre Donald Trump: puro terror.