«Un hombre único»

Francisco J. Chavanel

Confieso que en esta hora no soy yo, todavía no me he recuperado y tardaré meses en hacerlo. Estoy en shock. La persona que se ha ido ha sido un amigo extraordinario, leal, honesto, generoso, admirable, un profesor como pocos. Ha sido mi amigo y el amigo de todos, no le conozco una mala relación con nadie. Esa era precisamente una de sus virtudes: acercar a la personas, aproximarlas más allá de sus credos, de sus diferencias, de sus pasados aparentemente irreconciliables. Canarias es mucho mejor de lo que la gente piensa gracias a él.

Su facilidad para encontrar el pasadizo en el laberinto, hallar en cada cual lo mejor de sí mismo, ese pequeño espacio donde se pudiera producir una vinculación muchas veces invisible, sólo lo veía él. Ha hecho historia hermanando rivales, resolviendo entelequias imposibles, apostando por soluciones pacíficas en una tierra pequeña, demasiado finita, pueblo que construye infiernos delirantes por cuestiones nimias.

Conocí a Germán Suárez cuando era presidente de la UD Las Palmas, unos 23 años atrás. Formaba parte de una directiva alentada por José Carlos Mauricio para intentar salvar a la entidad amarilla de su desaparición. Yo era de los periodistas críticos. Pensaba: tantas fortunas juntas -Ángel Luis Tadeo, Eustasio López, los hermanos Domínguez y el propio Germán Suárez- y lo mal que llevan el club. Relataba sus pullas, su desconocimiento de un universo tan distópico como el fútbol, los jugadores que traían, los que se iban, los que finalmente se quedaban, todo aquel trajín me parecía surrealista y sólo lo explicaba desde la voluntad política por imponer a la desesperada una solución nada sencilla.

Germán me llamaba y conversaba conmigo. Me llamaba permanentemente pese a que mis comentarios, ya en “El Espejo Canario”, no eran nada elogiosos. Me asombraba por su pertinaz costumbre de intentar convencerme de algunos extremos que yo defendía y que a mí me parecían evidentes. Nunca, ni en los peores momentos, rehuyó una entrevista, una explicación, una comparecencia pública para exponer su punto de vista. Nunca obtuve de él una mala palabra, una observación mezquina, un reproche que no venía a cuento. Era como si dijera: en vista de que ustedes entienden muy poco de lo que debe ser una conciencia empresarial dentro de un equipo de fútbol, me veo en la obligación de hacerles entender que nada en la vida es dos más dos igual a cuatro; en el fútbol, menos… Ese comportamiento suyo, respetuoso, delicado, cerebral, me ganó.

Ahí estaba: hablando con la serenidad que le caracterizaba de un horizonte oscuro que él contribuyó a esclarecer. La UD Las Palmas fue salvada al final. Por el tremendo esfuerzo de Miguel Ángel Ramírez, del juez Juan José Cobo Planas y de empresarios como Germán Suárez, que le regaló a su equipo la cantidad de mil millones de pesetas tal como se deben hacer los regalos: sin pedir nada a cambio.

Hasta ese momento, nunca supe muy bien lo que era “un empresario ejemplar”. Y él lo era. Tenía visión, perspectiva, inteligencia. Manejarse en el Puerto de Las Palmas es una aventura que para muchos acaba en fracaso. Cuando fue presidente de Astican, y esa empresa de aquellas, cuando se privatizó, no era precisamente una ganga pues daba pérdidas año a año, hizo su presentación en sociedad una persona nuclear, centralizadora, lista como el hambre, como convenía a una persona hecha a sí misma, que entendió como nadie las peculiaridades insulares.

Tenía amigos en todos sitios, en Gran Canaria, Tenerife, Lanzarote, La Palma, Fuerteventura y en el resto de las Islas, y siempre le llamaban si se trataba de arreglar algo. Su impronta fue fundamental para arrancarle al Estado el control de Binter por 1.500 millones de pesetas de la época; fue la persona clave -y pocos lo saben- para articular la reivindicación del 75% para los desplazamientos aéreos de los residentes canarios; unió al empresariado local en una especie de platajunta cuando aquello -Confederación, Círculo de Empresarios y Cámara de Comercio- eran tres reinos peleados entre sí, en cuya división, la clase política hacía lo quería con ellos. Puso una empalizada, le otorgó dignidad y autonomía a la parte empresarial; obligó, a su manera elegante y civilizada, a los dirigentes institucionales a considerar al emprendedor, a no pisotearlo ni a chantajearlo, a resolver los problemas juntos, no desde la imposición sino desde el diálogo y el consenso.

Ahora se puede contar. En su despacho, Fernando Clavijo y Román Rodríguez cerraron la paz del nacionalismo tras las elecciones de 2015. Clavijo, de presidente, y Román, de vicepresidente, con el PP y Soria de acuerdo, apoyando desde fuera. Y Román, de candidato a la Presidencia en 2019 y Clavijo, de vicepresidente: ese era el pacto que cerraba, al fin, los profundos desacuerdos que surgieron en 2003. Antonio Morales, con “su sectarismo”, con su escasa visión del futuro que, seguramente ahora, le costará a Nueva Canarias el desalojo de casi todas las instituciones, dijo que no, dijo que no con sus 107.000 votos prestados por un montón de gente que ignoraba su incapacidad, con Carmelo Ramírez aplaudiéndole, y con Román sometido, señal de que no mandaba casi nada, el desastre del ciego que no sabe que lo es.

Germán era un líder. Era un líder modelado por la Transición, que buscaba siempre la eficacia y la estabilidad de las instituciones… Y esa es la ausencia, el abisal agujero negro que deja. Podría contar decenas y decenas de situaciones protagonizadas por Germán Suárez, cada cual más interesante e inconcebible, pero entonces esto no sería un artículo y se convertiría en una epopeya novelística de primer orden.

Tuvimos nuestros desacuerdos. Unos cuantos. El de la UD fue uno, el de la Gran Marina fue otro, pero ni siquiera en situaciones límite dejamos de hablar, de intercambiar criterios, de entendernos y de mantener posturas contrarias. Esa era su grandeza. Siempre colocaba un pasillo para una próxima ocasión.

Particularmente, tanto mi empresa como yo, le debemos mucho. Cuando abandoné 7.7 Radio a finales de julio de 2012 por diferencias insalvables con Jaime Cortezo, dos personas hicieron posible que tan sólo tres meses después “El Espejo Canario” volviera a las ondas en todo el Archipiélago. Una de ellas fue Germán Suárez; sin su confianza, hubiera sido imposible afrontar una situación que era humillante para mí y para mi gente. De momento, no tengo permiso para facilitar el nombre de la segunda persona pero sí aprovecho la oportunidad para recordar la apuesta que hizo por nosotros Radio Faycan, Domingo y Sonia Montesdeoca. Sin ellos, tampoco hubiéramos llegado hasta aquí.

En estos últimos años, hemos compartido innumerables vivencias. Hemos peleado juntos en distintas trincheras. Aprendí a conocerlo mejor. Fue mi consejero y mi valedor en circunstancias pavorosas, cuando parece que un ejército de vándalos puede arrebatarte lo que más quieres. Y fuimos amigos leales cuando la amistad es el único refugio que queda a los hombres de buena voluntad, y cuando los cobardes se esconden y huyen de los compromisos.

Va a ser muy difícil levantarse cada mañana sabiendo que ya no está con nosotros.

Emocionalmente rasgado, aún debo decir algo más: Germán nunca fue yoísta, ni pretencioso, ni egocéntrico, no se daba la importancia que se había ganado y que todos sabíamos que tenía acumulada por méritos propios. Incluso en esta hora, su empresa, sus grandes empresas, el trabajo de toda una vida no corre peligro. Supo hacer como muy pocos un auténtico traspaso de poderes a sus hijos, Ana y Germán Carlos, que ya desde hace casi una década, capitanean el barco con sabiduría y con la misma humildad que su padre.

Ellos saben que estoy con ellos, con la matriarca, Mari Luz, y con toda la familia, anudados en la desgracia. “El Espejo Canario” sufre desde el sábado la marcha inesperada y a traición de un ser especial y único, valiente y prudente a la vez, un referente y un comandante por el que valía la pena luchar. Mis lágrimas, que son lágrimas de amor y cariño hacia una personalidad excepcional, apenas representan lo que lo echo de menos.