Francisco J. Chavanel
El órgano unipersonal salvó a Videoreport de malos mayores
Como tantas veces le hemos dicho por anticipado al grupo golpista “Felices los 4”, la televisión autonómica no fue a “negro” en la madrugada del primer día del año, sino que, al contrario, fue a negro negrísimo. Me explico: mediante un negociado sin publicidad Santiago Negrín (¡Oh Dios, hoy todo va ser muy oscuro!), el director del Ente, la unipersona que lo puede decidir todo al margen del Parlamento, del Gobierno, del Consejo Rector, y de los servicios jurídicos, llegó a un acuerdo millonario con Abertis para que esta empresa siguiese transportando la señal, acuerdo que vencía el último día del año pasado.
Es una paradoja que haya utilizado la figura del “negociado sin publicidad”, ya que fue la que usó justamente Paulino Rivero -hará de esto nueve años- para arrebatarle el concurso de los informativos a Socater (Prensa Ibérica y Prisa) y otorgárselos a Videoreport (Canarias7 en esencia), los famosos 144 millones de la avaricia, por los que el Archipiélago se desangra en conspiraciones desde que prácticamente se estrenó la legislatura.
Se lo veníamos advirtiendo a “Felices los 4”: no sé por qué aplauden, no sé de qué se alegran, parecen orates del todo: si la televisión se va a negro quien deja de cobrar dos millones de euros mensuales hasta junio es Videoreport; si la televisión se va a negro Videoreport tendrá que soportar una nómina de 250 trabajadores, lo que constituirá una ruina; por lo tanto, alegrarse de que Negrín -o el Gobierno- no sean capaces de resolver el problema técnico con Abertis es de género toletista, pues quien paga la factura es Canarias7, que no está precisamente para bromas económicas,
Al final, a medida que iban avanzando los días y se acercaba el plazo, los periódicos de la ira (el citado de García González y Diario de Avisos), decidieron callar, irse de puntillas del escenario, rezar para que el órgano unipersonal hiciera su trabajo e impidiera el desastre.
Y así fue: la televisión pública no se fue a “negro” por este motivo, pero sí lo hizo por otro muy distinto que afecta al contenido y a la forma sobre cómo debe actuar un medio cuya titularidad la ostentan los ciudadanos de Canarias.
Palestismo crudo en las Campanadas
Eran las doce menos cuarto de la noche del 31 de diciembre. Campanadas en Firgas. Uno, con tendencia al surrealismo, esperaba que, tal vez, de un instante a otro, hiciese su aparición en el escenario Manolín Báez, el alcalde dimitido de la villa, para que explicara allí, con todo lujo de detalles, cómo había suplantado a su hijo Himar en unas oposiciones universitarias, donde coincidió con varios conocidos, incluso con el ex secretario insular de CC, Rubén Fontes, además de su señora, que también se presentaba al mismo examen que el ex alcalde y en la misma aula. Fontes contó la verdad cuando fue requerido por los periodistas que le preguntaron por el extraño comportamiento de Báez, el cual, no sé, igual pensó que podía pasar desapercibido, cuando es más reconocible que el Titanic, no sólo como alcalde sino también como bregador de lucha canaria de fama que fue.
Pero Báez no estaba sobre el escenario. Una pena. En su lugar -suplantándolo por supuesto- Santiago Negrín dispuso a la troupé de “En clave de Ja” o “En otra clave”, en la seguridad de que el share bien vale unos minutos de vergüenza propia y ajena.
En esos diez minutos todo fue negro, asquerosamente insultante, humor sin risas, congelación de la cara, deseo de esconderse bajo la tierra, petición de un rayo que lo partiera todo, borrachera de Pajares y Esteso. Era como si nos hubiéramos fugado 50 años atrás, a la España prehistórica, de alcanfor, naftalina, paleta e ignorante.
Una actriz pretendía extraer carcajadas de un público entregado que llenaba la plaza hablando de baifos, cabras, alimentación para baifos y para cabras, todo lo que hay que saber del bonito mundo de baifas y cabras. Cuando parecía que el sonrojo había terminado la pesadilla empezaba de nuevo. El personaje ultramontano, supuestamente de las medianías, de una Canarias rural de la que el guión se burlaba abiertamente, llamándoles pueblerinos y estúpidos, carcajeándose a costa de su falta de saber y de sus costumbres ancestrales, sin respeto alguno, dio la auténtica medida de lo que es esa televisión.
Me hizo pensar que tenía que haberse ido ineludiblemente a negro. El sketch, ¿a quién, a qué, a quiénes representaba? ¿A los cientos de miles de canarios que compiten todos los días con marcas peninsulares y extranjeras? ¿A los que queremos una Canarias próspera e intelectualmente desarrollada? ¿A un gobierno y una clase política que dentro de unos días tendrá que luchar a brazo partido con Madrid para arrancar unos presupuestos que nos ayuden a despedirnos de nuestra secular pobreza, de los índices más bajos en dependencia, en fracaso escolar, en una sanidad que se cae a cachitos? ¿En qué estaban pensando estos genios del share cuando simulaban una Canarias inculta, sórdida, campurria y patológicamente enferma?
Si al menos hubiesen hablado con Manolín Báez para que nos refiriese su aventura. Su ida a “negro” presentándose a un examen en lugar de su hijo. Entre las risotadas procuradas por una Canarias encadenada a un pasado que nos asfixia y Báez relatándonos los pormenores de su examen, probablemente dudando de si realmente tenía capacidad suficiente para aprobarlo, la “fiesta” habría resultado completa.
Salvarle la vida a una televisión para ver lo que vemos no tiene sentido alguno. Su tosquedad no nos puede representar. 144 millones es mucho dinero para invertirlos en tamaña zafiedad que nos convierte en necios y descoloridos habitantes de un barrizal donde las audiencias se levantan sobre la ausencia de talento real y la osadía sin freno.