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Me preocupa que nos estemos inmunizando contra la indecencia política. Cada día recibimos el impacto de tal cúmulo de expresiones y acciones indecentes por parte de algunos dirigentes públicos, regionales, nacionales e internacionales, que comenzamos a digerirlas sin apenas esfuerzo, sin escandalizarnos, y lo que es peor, sin indignarnos. Lo empezamos a relativizar como parte de un comportamiento normal, de un juego en el que se disputa el título a la expresión más bestia o de la acción más fuera de tono. Hacemos un chascarrillo, y a otra cosa.
No podemos comenzar a asumir como razonable que todo vale en el juego político y reirle las gracias a cualquier cutre aprendiz de Maquiavelo. No, cualquier fin que tuvieran ERC, VOX, PP o JpC, no justifica que no apoyaran la prórroga del Estado de Alarma sabiendo las nefastas consecuencias que eso podría tener desde el punto de vista sanitario, social y económico para millones de españoles. No hay ningún fin que justifique siquiera haber pensado que merecía la pena el riesgo.
De la misma manera, no hay ningún fin que tengan en su hoja de ruta el gerente de Atención Primaria en Gran Canaria, Ricardo Redondas, o el gerente del Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín, Jesús Morera, que pueda justificar el castigo al que someten al personal sanitario de la isla de Gran Canaria que, ochos semanas después de decretarse el Estado de Alarma, aún no se ha sometido a pruebas diagnósticas del COVID19.
No puede haber nada en su estrategia de gestión pública de esta emergencia sanitaria que pueda justificar esta situación, porque además contradice el rigor científico que ha puesto el acento en la urgente necesidad en tener datos fiables sobre la extensión de la pandemia entre el colectivo que tiene que hacerle frente en la primera línea de fuego.
En Gran Canaria, sólo el 17 % del personal sanitario de toda la isla (sumando atención primaria y atención hospitalaria) ha sido sometido a pruebas para detectar el COVID19. En el área de salud de la isla de Tenerife, en la misma fecha, ya había sido testada el 78% de la población sanitaria.
Es evidente que el fin que han perseguido con esta inacción no responde a un motivo sanitario ni científico por lo que habrá que buscarlo en otros órdenes que, me temo, nada tienen que ver con la salud pública sino más bien con la imagen pública.
Recordemos que Canarias ha tenido el triste record de ser la comunidad española con mayor porcentaje de personal sanitario infectado por el coronavirus. Y hay una fórmula infalible para no ser parte de esa nefasta marca: no hacer los test correspondientes. Si no se hacen los análisis, no se suman más casos positivos al ranking.
¿Es este el fin que buscaban, presumir de tener una baja incidencia de enfermedad entre los profesionales en Gran Canaria, a costa de poner en peligro la salud de la población? ¿Han osado evitar hacer las pruebas para ofrecer una imagen falseada de la realidad en beneficio propio, con el riesgo de contagio que ello haya supuesto? De ser así es una indecencia en grado superlativo que no puede pasar como el chascarrillo del presidente norteamericano que invita a inyectarse desinfectante para acabar con la pandemia.
Me pregunto si entre los objetivos a cumplir para baremar la gratificación que se llevarán este año Redondas y Morera se incluirá haber tenido menos positivos por COVID19 entre el personal sanitario.
Porque a estas alturas, con el grado de conocimiento que tenemos sobre cómo estos señores se manejan en lo público, no podemos siquiera considerar que todo este dislate obedezca a una incompetencia profesional, sino más bien a una estrategia meditada y ejecutada con alevosía, que les colocara en una mejor posición pública y política para acceder a mayores cuotas de poder, o más bien para recuperar las que perdieron en el pasado por indecencias de esta naturaleza.
No puedo ni quiero inmunizarme contra esto. No quiero pasarlo por alto como otra de las tropelías del equipo del venido a menos exconsejero de Sanidad, Jesús Morera. No quiero acostumbrarme a los indecentes aprendices de Maquiavelo, me niego a interiorizar como algo normal la impudicia pagada con impuestos y premiada con sobresueldos.