Durante la pandemia de la COVID 19 los ancianos están en peligro en muchos países europeos. Las dramáticas cifras de muertos en residencias hacen estremecer.
Con estas dos frases se inicia el ‘Manifiesto europeo para la rehumanización de la sociedad. No a una sanidad selectiva’ que lleva por título SIN MAYORES NO HAY FUTURO impulsado en Roma por la Comunidad de Sant'Egidio, firmado por 21 personalidades, y al que cada minuto se suman nuevas adhesiones.
Preocupados por las tristes historias de fallecimiento de ancianos en residencias, los firmantes denuncian que se esté abriendo paso la idea de que se pueden sacrificar sus vidas en beneficio de otras.
El manifiesto dice textualmente que “En muchos países, ante la necesidad de atención sanitaria está surgiendo un modelo peligroso que fomenta una "sanidad selectiva" que considera residual la vida de los ancianos. Así, su mayor vulnerabilidad, su avanzada edad y el hecho de que pueden ser portadores de otras patologías justificarían una forma de "elección" a favor de los más jóvenes y de los más sanos”.
La descripción que hace el manifiesto nos lleva a los primeros días de la pandemia también en nuestro país, en los que la saturación de las UCI y la falta de respiradores para todos los enfermos, pusieron a los facultativos en la tesitura de elegir entre quién vivía y quién moría, un triaje en el tiene gran peso científico la esperanza de vida.
También a finales de marzo la ONU alertó hoy sobre la "alarmante e inaceptable" situación de los ancianos infectados de coronavirus, que solían "ser abandonados tras fallecer en residencias o discriminados por los servicios de emergencia que, cuando están saturados, eligen salvar a las personas más jóvenes". La experta de la ONU para los derechos de los mayores, Rosa Kornfeld-Matte, criticaba que en países con sistemas sanitarios saturados debido a la alta incidencia de contagios se estuvieran adaptando procedimientos de triaje en los que a la hora de elegir quién era tratado en una unidad de cuidados intensivos se escogiera con frecuencia a las personas más jóvenes.
El manifiesto europeo cuestiona, como no puede ser de otra manera, tanto desde el punto de vista ético y humano, como desde el punto de vista jurídico, que se puedan hacer distinciones entre personas, ni siquiera a causa de su edad. No podemos más que estar de acuerdo en que la tesis de que una menor esperanza de vida comporta una reducción del valor de dicha vida es una barbaridad. ¿Cuánto vale una vida? Quien rebaja el valor de la vida frágil y débil de los más ancianos, se prepara para desvalorar todas las vidas, dice el manifiesto.
Lo que se cuestiona, nos lleva también a la dura realidad que se ha vivido en las residencias de mayores. En España hay casi 19.000 ancianos que han muerto en residencias con COVID-19 o síntomas compatibles con la enfermedad. En algunas comunidades, como la de Madrid, el tercio de los fallecimiento confirmados por CORONAVIRUS se ha producido en las residencias. Y este vergonzante dato trae consigo dos lecturas igualmente terroríficas.
Por una parte, la indolencia de un sistema económico y social, en el que los hijos y nietos no pueden hacerse cargo del cuidado de sus mayores, y deben dejarlos en manos de terceros. Pero el sistema tanto público como privado de atención a los mayores, está orientado a solventar un problema social sin advertir la dimensión de lo sanitario. Las ciencias de la salud, la investigación científica médica, ha invertido años y miles de millones en alargar nuestra esperanza de vida, en curar enfermedades que hace nada eran mortales de necesidad, en cambiar el pronóstico de muerte por enfermedad crónica. No tiene sentido que todo ese esfuerzo acabe en un sistema en el que los mayores siguen siendo igual de vulnerables que si vivieran al raso.
Por otra parte, se pone de manifiesto el cada vez más evidente discurso gerontofóbico que minimiza el valor, la aportación de los ancianos a la sociedad actual, que los visibiliza como una carga inútil. La crisis del COVID19 está alimentando el virus del edadismo, una estigmatización, una discriminación, basada en el estereotipo del mayor como persona frágil, dependiente y enferma, que asienta su percepción como una carga, como un coste y que amenaza con desmembrar nuestra sociedad y el solidaridad intergeneracional sobre la que se cimienta.
Nuestra sociedad debe plantearse seriamente en qué se ha convertido, cuando un Manifiesto debe recordarnos que “no podemos dejar morir a la generación que luchó contra las dictaduras, que trabajó por la reconstrucción después de la guerra y que edificó Europa”.