Un estudio revela que los gobiernos subvencionan la "alta cultura" porque confían en que su escaso, pero influyente, público "capture" el voto del resto de la población.
Según el periodista cultural, Javier Moreno, es fácil entender por qué las administraciones públicas dedican el dinero de los impuestos a "chorradas" como los conciertos de música pop, los deportes o la fiesta de la bicicleta: se trata de fenómenos relativamente masivos a los que acuden cientos, si no miles, de votantes, de los que se espera que ante las urnas muestren su agradecimiento.
Ahora ya sabemos por qué también se subvencionan fenómenos igualmente "chorras" pero tan minoritarios como el Festival de Ópera, el Festival de Música de Canarias o un baile vienés. Según un estudio publicado en la European Journal of Political Economy, Markus S. Tepe (Universidad de Oldenburg) y Pieter Vanhuysse (University del Sur de Dinamarca) las administraciones públicas alemanas son tan generosas con la ópera porque saben que su público es, políticamente, mucho más influyente que los que acuden a ver un concierto pop.
Según estos dos investigadores, los melómanos son personas muy formadas y, en general, procedentes de familias bien establecidas en sus comunidades. Suelen destacar en otros ámbitos socioeconómicos y tienen fácil acceso a los medios de comunicación, por lo que pueden "influir" en el resto de los votantes. Según el estudio, estos votantes, aunque escasos, tienen un "efecto multiplicador" sobre las votaciones, pues se espera de ellos que "arrastren" a los votantes menos formados.
De esta manera, entre partidos políticos y melómanos se establece una forma de negociación "implícita" según la cual los políticos pagan sus caros gustos musicales a cambio de que los melómanos sean "sensibles" a los intereses políticos de los gobernantes de turno.