El artista Pepe Dámaso, el catedrático Fernando Castro y el poeta Alejandro Krawietz debaten sobre la figura del creador lanzaroteño.
Pepe Dámaso desvela la ingente relación epistolar que mantuvo con César Manrique, desde que el artista lanzaroteño le escribiera la primera carta en 1957 hasta la última que le envió en 1992, pocos días antes de su muerte. En total, se trata de unas seiscientas o setecientas cartas que Dámaso recibía con júbilo, dándose el caso de que en muchas ocasiones no viajaba a visitarlo "con tal de que me escribiera". Afirma que las cartas muestran "la amistad de dos hombres de la cultura que aman el territorio en el que vivían".
Destaca que Manrique era una persona "completamente realizada", algo que se expresaba en su obra: "Todo lo que hacía era realización de la existencia". Sobre su dimensión política, señala que el artista "jugó con todos los partidos" y recuerda que en Gran Canaria la burguesía se opuso a su obra, "por eso no se desarrolló aquí".
Pasión comunicativa
Fernando Castro, biógrafo de César Manrique y catedrático de Historia del Arte de la Universidad de La Laguna, recuerda que la Fundación César Manrique decidió prescindir de su colaboración porque "había discrepado de la línea que llevaban y de la manera en que estaban gestionando la memoria de César Manrique". Señala que su compromiso no era con la Fundación "sino con César" y afirma que cuando se constituyó la fundación había una línea cultural "clara", pero que desapareció porque el interés fundamental "pasó a sustanciarse en los tribunales. Todo el presupuesto se ha destinado a abogados".
Asegura que Manrique tenía una faceta política, "pero ponerlo de ariete de la línea política es lamentable y no le ayuda en absoluto". Considera que esa faceta política es histórica y se dio a mediados de los años ochenta: "En la época del franquismo era impensable", dice, al tiempo que recuerda que el entonces ministro Manuel Fraga jugó un papel importante en la difusión de su obra, como es el caso de El Mirador del Río o el Lago Martiánez. Afirma que la izquierda nunca perdonó a Manrique que se declarara apolítico en los últimos años de Franco.
Sobre la amplitud del pensamiento político de Manrique, recuerda que fue Miguel Zerolo, siendo consejero de turismo, el que quiso convertirse en el mecenas del artista, impulsado los proyectos de miradores en La Puntilla y en Bandama en Gran Canaria: "El siempre estuvo relacionado con el poder, con todos los poderes, porque si no sus obras no podían salir adelante". Esta era la necesidad de su "pasión comunicativa", orientada a que "la gente disfrutara con su obra".
Entusiasmo y alegría
Alejandro Kravietz, poeta y comisario de la exposición Cien años de César y Lanzarote y editor del libro de Pepe Dámaso “El vaho en el espejo", apunta a la componente relacionada con el activismo y el territorio de la obra de Manrique, lo que da valor a su obra, pero insiste en que ese activismo llegó desde el arte "y de la libertad del creador". Destaca el "entusiasmo y la alegría" de Manrique como el motor de su vida y su obra.